****
Fuera de Sergio, Alba no me confiaba mucho su vida amorosa. Quizás porque una mujer era más reservada al respecto, o quizás porque todas sus historias eran como la de Sergio o porque quizás ésta simple y llanamente no existía.
Un par de veces oí a Eugenia y Alba hablar sobre un exnovio de Alba, una historia completamente aburrida que sé que ella se moría porque yo le preguntara, pero era mi trabajo no complacerla. Además era un drama de preparatoria, de celos y cariño no correspondido.
En los últimos días, de todo lo que hablaban Alba y Eugenia era sobre un tal Enrique, que Alba había conocido hace un par de años y que de repente había reaparecido en su vida. Era tremendamente apuesto según ellas y a mí me enternecía que Alba quisiera darme celos.
Se aproximaba un torneo importante de fútbol y Alba me invitó a casa de este Enrique para verlo entre amigos. Al principio le di largas al asunto, pero finalmente accedí por varias razones: el tipo coincidía en vivir a unas pocas cuadras de mi casa, habría alcohol gratis, y porque Eugenia iría, y no sabía si era por su último enfrentamiento con Alba, o porque se estaba haciendo la interesante, pero tenía unas ganas locas de volver a entenderme con ella.
Coincidencia o no, terminamos los cuatro en una habitación aclimatada, con pantalla gigante, aperitivos y cerveza.
Otra cosa que me fascinaba de Alba era que entendía de fútbol y no solo lo veía porque los jugadores eran candentes. Insultaba como camionero y emanaba pasión por los colores. Era sorprendente. Afortunado el hombre que se casara con ella, ya que entre otras cosas, no sería aquella que saldría de compras con sus amigas el día de un partido, sino que estaría a su lado en el sofá, bebiendo de una botella de cerveza, en ropa interior y con una mano dentro de sus pantalones.
Cuando el alcohol hizo lo suyo y el partido tenía horas de haberse terminado, nos encontramos discutiendo de política, música y religión. No pasó mucho tiempo en que las señoritas empezaron a ir al baño por el exceso de cerveza en la sangre, y en alguno de esas idas y venidas, me encontré con Alba en el pasillo que daba a la habitación.
─Te ves como el infierno─ dije.
─Tú tampoco te ves tan bien. ¿Qué es lo que tienes?─ dijo─. Que todas se vuelven locas.
Luego se acercó a mí y me dio un beso. Corto. Contundente. En un impulso, me alejé de ella, confundido. Ella me miró avergonzada y triste.
─¿Qué tiene ella que yo no?
Yo no quería responderle. Quería matarme por hacerla tan cercana a mí, por darle motivos para ilusionarse conmigo, cuando sabía perfectamente cómo ella era.
Intentó besarme nuevamente, pero la tomé fuertemente por los hombros para detenerla. La miré intensamente a los ojos buscando las palabras apropiadas.
─¿Por qué me haces esto?─ dijo, al borde del llanto.
─No te hice nada, Alba. Esto no pasó jamás, ¿entiendes? Mañana, cuando el alcohol pase, seguiremos siendo amigos, como siempre. Yo no soy más que un capricho, que me ayude Dios y así sea.
Alba no dijo una palabra más, dio media vuelta y huyó al cuarto al tiempo que Eugenia salió de éste. La seguí hasta el final del pasillo y la acorralé. Junté nuestras narices y empecé a provocarla.
─Deja los juegos─ dijo.
─El que manda aquí soy yo.
La besé ávidamente. Recorrí con mi lengua el interior de su boca luchando porque se deje llevar completamente y dejara de reprimir sus gemidos. Alcé sus manos por encima de su cabeza y bajé lentamente por su cuello y me apreté más a ella. Quería que llorara de placer, que no me olvidara nunca en su vida. La besé incesantemente y desaté un fuego incontrolable en su interior.
ESTÁS LEYENDO
Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)
RomanceEsto no es sobre ella. Ni siquiera es sobre mí. Creo que es sobre las partes incompletas, las cosas que no se encuentran, la poesía y musas imperfectas.