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Con Alba no siempre era trabajo, universidad, tráfico, reuniones sociales o clases interminables. A veces también nos quedábamos horas en la biblioteca intentando estudiar o charlando sobre nuestras anécdotas pasadas. Yo disfrutaba de su amistad porque tenía de ella la parte sensible de una chica, la desinhibida de un buen amigo y su confidencialidad. Estaba seguro por más de una razón que ella sería incapaz de traicionarme. Así que llenábamos los vacíos y el silencio de esas tardes aprendiéndonos el uno al otro.

─Sucede que debes de tener paciencia en cuanto al otro género se refiere.

─¿Ah, sí?─ dijo, y se sentó a mi lado.

─A veces esperar es la clave de todo.

─Creí que tú eras todo sobre aprovechar el momento y atacar.

─Pues, hay…

─¿Excepciones?

─La excepción hace la regla─ dije, y sonreí de lado.

─Ilumíname entonces.

─En Santana, cuando yo estudiaba aún en el colegio, conocí a esta chica que era muy linda y completamente fuera de mi alcance. Mi única ventaja era que tenía dos años menos que yo. Me lancé, porque bueno, casi siempre obtenía buenos resultados y así fue. Empecé a salir con ella.

─Ponle nombre.

─Es superfluo eso.

─Entonces continúa.

─Raquel era una mujer maravillosa, y le digo mujer porque no hacía berrinches, ni escenas de celos como lo que esperarías de una chica de dieciséis años. Era dulce y atenta, pero me daba mi espacio. Y cuando le dije que me mudaría a la ciudad para estudiar me dijo lo orgullosa que estaría de su doctor. No nos prometimos volvernos a ver, ni hizo ningún drama. Sólo dejamos de vernos.

─Me estás mintiendo. Nadie de esa edad reacciona de esa manera.

─Ya te dije que no te miento, y si quieres, un día que la veamos le preguntas todo lo que quieras y responderá exactamente esto.

─¿Estudia aquí?

─A eso iba. Santana es un pueblo pequeño y tu profesión viene más o menos con el día en que tus padres te bautizan. Así que todos sabían que en unos años el gran doctor García regresaría a salvar sus vidas.

─No te cansas de alabarte, estoy segura.

─Escúchame─ dije entre risas─. Yo sabía que lo nuestro en verdad no había acabado porque en exactamente dos años la volvería a ver. Y así fue. Cuando la vi por primera vez por esos pasillos la sangre se me fue a los pies. Recuerdo que como un niño, la evité por unos quince minutos hasta que me posicioné en su camino, para que cuando pasara por ahí, no hubiera forma de que no me viera.

─Déjame adivinar. Tenías los brazos cruzados, el bolso colgado a un lado, la ceja enganchada y la sonrisa de lado. Emanando confianza hasta la estratósfera.

─Me tienes bien estudiado.

─Hay que aprender a observar, tú lo has dicho y esa es la parada de conquista con la que se supone que caen todas.

Las conclusiones de Alba no eran de otro mundo, pero no se equivocaba. La mayoría de las mujeres caían.

─La pasábamos bien cuando nos veíamos. Por lo general coincidía que nos regresábamos juntos a Santana. Y en el viaje de dos horas nos poníamos bastante creativos. Me parece que cuando Raquel salía de clases me esperaba lo que yo demorara en terminar mi jornada. Quizás se quedaba con sus amigos, o estudiando. Nunca me lo dijo, ni me reclamó cuando era viernes por la noche y ella esperaba quién sabe cuántas horas por mí, y yo como el gran cabrón que soy le decía que había armado planes de última hora con mis amigos para ir al billar de la vuelta de la universidad. Ahora veo que le hice daño a Raquel, ella se merecía que yo la quisiera de otra manera. Pero tomaba lo que yo le ofrecía, que la mayoría del tiempo era pura mierda.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora