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V.

"empatizo con todo aquel que acumula / bocetos incompletos / porque mi vida también fue una mancha negra / en un lienzo en blanco, / -pero entonces alguien me llevó a un museo / y me llamó arte-." Solo conmigo, sola contra mí.

─¿No vamos a hablar de lo que pasó el sábado?

─No hay de qué hablar, Alba.

─Siempre hablamos de las cosas que nos pasan.

─No me siento en el humor como para conversar.

─Eugenia me contó...

─¿Y? No tienes mucho más que saber entonces.

─Deja la actitud, imbécil. Quiero entender, es todo.

Estaba seguro de que Alba le había contado de mis aventuras a Eugenia y esa era la razón por la cual ella me había rechazado esa noche. Estaba irracionalmente enfadado, con ganas de reclamárselo, de no dejar que se defendiera. Y lo peor era que no podía controlarlo, ni sabía por qué. Eugenia no era importante para mí, y su rechazo podía ser como cualquiera de aquellas cosas que no me salían bien.

Pero el sabor de la traición se mezclaba con tantas otras cosas para esos momentos.

Sentía cómo ser tan cercano a Alba me estaba afectando. Estaba copiando sus malos hábitos. De cuándo acá yo me anticipaba a conclusiones erróneas a partir de actos inconclusos. De cuándo acá quería resolver el problema en vez de vengarme de la persona que me ofendió sin darle aviso alguno.

─No sé qué me está pasando, Alba─ admití─. Pero hay algo que es cierto. No quiero compartirlo con nadie, ni siquiera contigo. Así que déjame en paz.

─No me puedes culpar, Julián. Quería llenar los vacíos. No recuerdo gran parte de esa noche.

¿Alba quería verme la cara de estúpido? Tendría que esforzarse un poco más.

─Pregúntale a Eugenia. Yo no soy tu niñera.

─Si te hice algo esa noche, lo lamento mucho. Si te pasó algo de lo que no soy culpable, no me eches tu mierda encima.

Hice un giro brusco, y a pesar del sonido de múltiples claxon, de conductores enfadados por mi terrible maniobra, me parqueé a un lado de la acera.

─Si no querías verme, me hubieras avisado para no subirme contigo hecho una furia en el mismo automóvil─ dijo.

─Mi error.

─Te veo en la universidad, si es que me da la gana de verte.

Y se bajó enfadada del Monte Carlo. Yo arranqué como alma que llevaba el diablo y la dejé tras el retrovisor. No me explicaba mi actitud ni el calor extraño y molesto que sentía arder en mi pecho en ese momento, pero sabía un lugar donde me quitaría la arrechera que cargaba. Doblé a la derecha y me desvié totalmente del camino hacia la universidad.

Toqué la puerta incesantemente, al tiempo que sonaba el timbre con la misma intensidad. Luego de ver la sombra de pies en el piso, y unos segundos para que la persona del otro lado se cerciorara de que era yo el desesperado que la llamaba, se abrió la puerta frente a mí.

─Doris, te necesito.

Doris estaba somnolienta, no era sorpresa, eran las siete de la mañana, pero estaba hermosa. El cabello pelirrojo caía sobre sus hombros, y estaba hecho un desastre, pero era un bello desastre. Los ojos verdes resplandecían con la luz del incipiente amanecer. Y los labios le combinaban a la perfección con la cabellera. Doris era tan hermosa como pocas mujeres había yo visto.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora