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─¿Qué pasó?

─Todo sorprendentemente bien, lo acabas de ver tú misma.

─No me pareció tan convincente.

─Entretenme, deja que me lo crea, por Dios.

─Como quieras, no me entrometeré.

─No quise decir eso, por favor. Déjame pensar que gané esta vez al menos.

─¿Lo sabe todo?

─Sí.

─Ya sólo queda rogar que Diego no vaya a abrir la boca.

─Ten tranquilidad. Presiento que así será.

─¿Algo más que yo pueda hacer?

─Sólo actúa como hasta ahora, pretendiendo que no sabes nada del tema y atenta a cualquier cosa que pueda pasar.

─Listo.

─Ah, y otra cosa más...

Tuve ganas de besarla, y ella se dio cuenta, porque abrió los ojos de par en par. No hice más que observarla por unos segundos que parecieron una eternidad, intentando decidirme de una vez, porque tomara la decisión que tomara, establecería de una buena vez cuál sería la etiqueta de mi relación con ella.

Y escogí la más cobarde de todas.

─T-tengo que hacer una vuelta y no podré llevarte a tu casa. ¿Estás bien regresándote sola?

La palabra decepción no alcanzaba para describir la mirada que me dio. Mi corazón latía como si hubiera intentado correr cien metros en diez segundos, y dolía como describen los libros un ataque al corazón. Sabía que con eso, había enterrado la posibilidad de intentar algo con ella. E intenté convencerme de que era lo mejor, pero no lo logré.

Le acaricié con el dorso de mi mano la piel de su rostro, y casi la pude sentirla dolerse ante mi toque. No sabía cuándo le había hecho más daño, o si la estaba salvando de arruinarse la vida conmigo. Retiré mi mano, porque no lo soporté más.

─Muchas gracias por todo─ concluí.

Ella miró hacia un lado y conservó el silencio. Se bajó de mi carro y empezó a caminar. La miré como cuando se paseaban frente a mí hembras como Doris, que eran un monumento a la mujer, y la diferencia era abismal.

De espaldas, Alba era grande. Sus caderas eran amplias, y su cintura no era tan pequeña como lo que a mí solía gustarme. Sus hombros no eran finos, y hoy su cabello tenía un mal día. No caminaba como modelo en pasarela, sino a destiempo y sin gracia. Y me partía la cabeza no entender por qué estaba contemplándola como si fuera la mujer más perfecta que hubiera sido creada.

Salí volando de la universidad en busca de lo único que podía devolverme un poco de calma, consciente de que podría recibir una negativa como respuesta.

Toqué su puerta, y me recibió en seguida.

─Te ves muy mal, Julián─ dijo, y su rostro se vio horrorizado─. Pasa, por favor.

No sé qué tan mal se veía mi cara en esos momentos.

─Doris...─ dije, en un hilo de voz.

Le tomé el rostro con ambas manos y la besé ferozmente. Mordiendo, succionando, exigiendo. Doris estaba impresionada, intentando seguirme el ritmo.

─Por favor, perdóname. No tengo un centavo─ dije, entre lágrimas.

Ninguna mujer fuera de mi madre me había visto llorar y en verdad lamentaba que lo hiciera justo la mujer a la que le pagaba por sexo.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora