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─Mira tú. Y cómo es, eso de las prostitutas. ¿Se acercan a ti, o tú vas por ellas, o cómo?

─Depende. Puede que cuando estén bailando, le gustes. Entonces van a buscarte y tú decides si irte con ellas o no. O, si te gusta una, vas y hablas con ella. No hay muchas probabilidades de que te diga que no.

─¿Les pagas primero, cierto?

─Claro. Lo siguiente es que te llevan a la habitación y te desvisten. Felatean y te ponen el condón con la boca. Hacen lo suyo y estás listo para irte.

─¿Ni un besito de bienvenida?

─Alba, las prostitutas no besan─ dije, como si fuera muy obvio, pero ella se veía asombrada.

─¿Es en serio?

─Claro. Otra cosa que pasa, es que ellas alquilan las habitaciones que usan, pero sacan un provecho bastante mayor. Así que entre más hombres consigan, mayor su ganancia del día. Los precoces son el negocio de sus vidas.

─Entonces contigo, se mueren de hambre.

─Alba, ellas saben hacer su trabajo, además, no pasan más de quince minutos por hombre, por la razón que te di. Quizás si les gusta mucho el tipo en cuestión, pero es raro. Por lo general, si no acabaste en diez minutos, te botan y van al siguiente.

─¿Nunca has engrupido a una prostituta?

─No, además no he estado con muchas. No llegan ni a cinco. No me gusta desperdiciar el dinero en mujeres, no cuando puedo conseguirlas por mis propios medios.

─Ay, perdón, don galán.

Doris no contaba.

Era raro decir esas cosas en voz alta. Si Alba fuera un hombre, simplemente la llevaría a que conociera y dejara de hacer tantas preguntas. Pero no era el caso, y era la primera vez que hablaba de eso con una mujer.

─Mira tú, cosas que uno aprende.

─Sólo a mí se me ocurre hablar de prostíbulos con una mujer.

─Debo ser tu primera vez.

─Al igual que estos deliciosos helados, regresaré toda mi vida.

─De nada─ dijo, con suficiencia.

Regresamos al Monte Carlo cuando la tarde fenecía. Conduje una media hora y hablamos de lo que fuera que pareciera relevante. Con ella nunca se acababan los temas de conversación.

─¿Puedes parquear el carro a un lado un momento?─ solicitó.

Hice como me pidió.

Como esos recuerdos que ya expliqué antes, así como el triste recuerdo de las calles Capitán Damián Nájera y la décima, en el reproductor sonaba en el fondo una canción, y este verso fue el que se me quedó grabado en la mente como un cincel en la piedra:

El deseo nos llama / deja que la piel se consuma / entre labios encendidos en llamas.

Y luego mi mundo dio mil vueltas.

Alba tomó mi rostro entre sus manos y me devolvió el beso que le había dado hace apenas unos días. Pero esta vez sin los estragos del alcohol que entorpecieran los actos y una lucidez lograda casi a propósito, para perder la cabeza intentando explicarla.

Esta vez sus labios no temblaban, pero aún me abrigaron con su humedad. Todas las piezas cayeron de vuelta en su sitio, y mis partes más inhóspitas se reunieron a abrazarse y aplaudir de pie. Movimos nuestros labios, dentro y fuera, de un lado a otro, sin dejar la más mínima parte de ellos sin rozar. Con un atrevimiento muy debido, coloqué mis manos en su cintura al tiempo que ingresé mi lengua en su boca. Ella reaccionó positivamente, saludándola con la suya y enredando sus dedos en mi cabello. El sentimiento era celestial, como pocas veces me había sentido sólo con besar a una mujer. Alba era extraordinaria.

Queriendo alargar el contacto, Alba le dio un último beso a mis labios inflamados de las ganas de no separarse de ella nunca.

Estábamos perplejos, sólo observándonos y buscando alguna palabra apropiada que por favor, no arruinara el momento.

─¿Qué estás haciendo?

─Muero por saberlo. Julián, estamos locos.

─No, Alba. Sólo estás confundida como el infierno, y confundiéndome con tus condenados demonios.

─No sé por qué lo hice, yo en verdad...

─No quieres nada conmigo. Lo entiendo. Pero por menos que lo que acaba de pasar, me gané una buena bofetada el sábado.

─Es que me correspondes, no lo puedo entender.

─Yo tampoco te entiendo.

Alba se tomó la sien y luego cubrió sus ojos con la palma de sus manos. Yo suspiré y arranqué el auto.

─Pon tus ideas en orden y deja de jugar conmigo, por favor.

Dije, y me reí de la ironía de la vida, porque ni en el peor de los chistes, me imaginé diciendo algo como aquello.

Alba se colocó el cinturón y le subió el volumen a la música, dando por terminado lo sucedido. El idiota que había dicho que "algo más" entre amigos era una completa estupidez, merecía un monumento porque tenía toda la maldita razón.

La pregunta era, quién iba a cansarse primero de todo esto.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora