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Después de una laboriosa mañana en el hospital, la tarde estaba libre para nosotros. Nos concentramos en un comisariato cerca de casa de Eugenia para comprar los piqueos y el alcohol que fuera necesario para encender la fiesta. No estoy seguro si Alba me comentó cuál era el motivo de la celebración, pero yo tampoco era tan exigente, en especial si Marianita había confirmado su asistencia.

Los invitados fueron llegando conforme terminaban su jornada estudiantil o laboral y cerca de las seis de la tarde, había al menos quince personas. Yo esperaba pacientemente a Mariana, así que mientras tanto disfrutaba emborrachando a Alba, explicándole los comportamientos de los diversos tipos de chicas que estaban presentes en ese momento, sorprendido porque Alba era como un pichón, absolutamente absorta de las cosas que ocurrían. Era muy poco perceptiva.

─¿En serio no sabes lo que intenta hacer Rebeca?

─¿Debería?

─Tú deberías estar enseñándome eso a mí. Se supone que son técnicas universales de las mujeres, que están inscriptas en su código genético o algo así.

─Me parece gracioso que pienses que a alguien como yo pueda dársele ser coqueta de forma natural. Y tú tampoco eres muy santo como para no entender de estas cosas. La lista de mujeres de la semana pasada es muy larga como para creerte eso.

─Me siento ofendido por tu comentario─ dije. Ella rodó los ojos y bebió un poco más de su vaso.

─Prefiero mejor no responder a tus provocaciones.

─Pero escúchame… ¿quieres saber o no?

─Te escucho.

─Ves que están de pie frente a frente. Él está claramente interesado en ella porque tiene los brazos entrecruzados y la mirada dirigida hacia ella.

─Hacia sus pechos, dirás.

─Y así dices que no te das cuenta de las cosas.

─Me doy cuenta, no sé qué significa que es distinto.

─Como sea, ella sabe cómo la está mirando y le está dando señales sutiles, como riéndose tímidamente, empujándole hacia atrás y dejando al descubierto su cuello cada vez que se tira el cabello a la espalda. Ella sabe que él no se irá a ningún lado, sin embargo aún no le da ninguna señal clara, porque quiere ver qué tanto le conviene hacerlo, qué le ofrece el muchacho. Aunque como van las cosas, en menos de cinco minutos van a desaparecer. No puedo creer que no hayas hecho eso antes.

─Has escuchado mi risa lo suficiente como para saber que una hiena es más discreta. Y no, no lo hice, o al menos no intencionalmente. Cuando conozco a alguien, sé que tengo cien posibilidades de terminar en la zona del amigo y cero posibilidades de engancharme con él.

─Tienes serios problemas con tu actitud, pero eso es harina de otro costal.

Rebeca y el chico se fueron hacia la puerta que daba al patio, tal como lo predije, ante el asombro de Alba, que no creía fehacientemente en mi experiencia.

─¿Y Sergio?

─Me avisó que ya mismo viene, que fue a recoger a Jeremías.

─Oh, perfecto. Mira quién acaba de entrar.

Fui directo a mi objetivo de la noche y dejé a Alba tras de mí. Dentro de poco llegaría Sergio y no tendría que ocuparme más de ella. De cualquier forma la veía de reojo de vez en cuando por si acaso. Ella ya estaba acoplada al ambiente y pronto Sergio completaría su velada. Me acerqué a Mariana y el juego empezó.

Pasadas un par de horas, cuando aparecí de nuevo en la sala de estar, Alba ya no estaba. Le pregunté a Rubén por ella y me dijo que hace media hora había salido de la casa con Sergio hasta el carro de su papá, quien había pasado por ella.

Pasé por un par de bebidas y regresé con Mariana, que me esperaba con ansias.

Avísame si llegas bien, ¿okay?

Julián.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora