39.

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«Es hora de la verdad, señorita Bang»

Fue lo primero que escuché al intentar abrir mis ojos. Sabía que mi cuerpo entero yacía en el frío suelo, el cual desprendía una pestilencia a sangre seca que se combinaba con el desagradable olor a humedad. Era una mezcla penetrante, tanto que podía sentirla en mi paladar.

Parpadeé repetidas veces para enfocarme en la tenue luz que pretendía iluminar la oscura habitación. Al lograrlo y echar un vistazo disimuladamente a mi alrededor, el pánico se apoderó de mi ser cuando me topé con unos zapatos masculinos a unos metros. 

El sonido de una silla siendo arrastrada retumbó en mis oídos mientras las pisadas de dicho sujeto le hacían compañía. Un molesto goteo fue lo que alcancé a percibir cuando el hombre se detuvo y guardó silencio. 

Más allá de eso, era imposible escuchar algún ruido de la ciudad. 

Había dos opciones: estaba secuestrada bajo tierra en Seúl o seguía en algún rincón de la mansión de los Na.

—Lamento las condiciones en las que se encuentra, señorita Bang. Tuvimos varios inconvenientes al trasladarla—habló el sujeto, disfrazando sus palabras con angustia—. ¿Cómo se siente?

Sí, no había duda, era el hombre de la llamada quien se encontraba frente a mí. 

Oí su maliciosa risa resonar entre las cuatro paredes de aquella asfixiante habitación y traté de levantarme con desesperación al ver que disminuía nuestra distancia.

Sin embargo, podía asegurar que se burlaba de mi condición: estaba amordazada, mis manos estaban atadas hacia atrás con una soga, y mis piernas aprisionadas con una cadena que lograba hacer eco por el movimiento de mi cuerpo.

No sabía cuánto tiempo llevaba de esa manera, pero todas mis extremidades dolían demasiado.

—Olvidé que no podía responderme, qué despistado. —dijo y soltó una carcajada—. Estoy seguro de que es muy inteligente como para no gritar, ¿correcto?

El hombre me tomó de los hombros para levantarme con fuerza. Y en cuanto pasó unos mechones detrás de mi oreja, pude sentir la frialdad de sus dedos rozando mi piel.

Negro. Como la primera vez que toqué a Jaemin.

Clavé mi mirada en su rostro cuando se puso de cuclillas para quedar a mi altura. No era joven, pero tampoco se veía como un adulto de la tercera edad; solo podía destacar su vello facial, su inquietante peinado de lado con exceso de gel, así como los lentes y el traje gris que portaba.

Sonrió con sus ojos inexpresivos, y sin avisarme, sacó la cinta adhesiva que cubría mi boca. Un intenso ardor se expandió en la zona, por lo que le devolví una mirada de odio mientras tosía sin poder detenerme.

—¿Dónde estoy? —Fue lo primero que cuestioné cuando logré tranquilizarme.

—Sé que hoy es el día de las respuestas, señorita Bang, pero tenga paciencia. —El hombre retrocedió hasta chocar contra su silla colocada frente a mí—. Esa pregunta la dejaremos para el final de su estadía.

—¿Entonces puedo saber su nombre? —pregunté observando cómo se sentaba—. Es tedioso tener que decirle el hombre de la llamada.

—Por el momento seré JH. El dueño de su vida—reveló con superioridad, elevando sus comisuras maliciosamente—. Bien, empecemos con las preguntas interesantes.

El hombre dio un fuerte aplauso, aparentemente emocionado y poniéndose cómodo. 

—¿Dónde está Jaemin? —inquirí, recargando mi espalda contra la congelada pared.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora