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«Hasta el día de hoy, 23 de marzo, veinte jóvenes de las universidades más prestigiosas de Seúl han perdido la vida a manos de un yasaeng»

Leí confundida el titular de la noticia mientras iba en el autobús. Eché un rápido vistazo al exterior, dándome cuenta de que casi llegaba a mi destino, y regresé mi atención a la pantalla del celular. Aunque la investigación policial seguía en curso, y todavía eran incapaces de recabar pruebas suficientes para asegurar que el asesino era un yasaeng, por su naturaleza existía una alta probabilidad de que así fuera.

Desde el inicio de la vida, los seres humanos han sido clasificados con base en su composición genética y habilidades innatas. A pesar de que cerca del ochenta por ciento de la población mundial ha estado conformada por personas promedio —es decir, individuos sin algún rasgo particular que los distinga— el porcentaje restante se ha distribuido entre los tipos existentes, los cuales suman casi treinta.

En el caso de Corea del Sur, el gobierno promovió el fortalecimiento de una clasificación basada primordialmente en los valores humanos. Durante varias décadas, el eficaz sistema ha permitido la coexistencia pacífica de los individuos al establecer una división, mediante etiquetas, para diferenciar lo bueno de lo malo. Como resultado, el amor, la honestidad y la solidaridad han sido considerados los tres pilares de la sociedad actual.

No obstante, la clasificación sufrió modificaciones con el paso de los años. La empatía, que en un inicio fue contemplada como un elemento esencial para la convivencia, perdió relevancia hasta casi desaparecer de la lista. Así, al momento de nacer, fui etiquetada como uno de los tipos que la sociedad más tiende a evitar e ignorar: los teochi

Y hasta cierto punto era entendible, ya que nuestra existencia ha sido percibida como una constante invasión a la privacidad. La razón era sencilla. Nuestra habilidad consistía en asimilar los sentimientos de otros y hacerlos propios con el simple tacto, siendo incluso capaces de identificar las verdaderas intenciones de las personas. 

A diferencia de mi tipo, los yasaeng han nacido sin experimentar sentimiento alguno. En consecuencia, esta minoría ha sido constantemente repudiada y excluida de lugares públicos por sus tendencias violentas combinadas con una inteligencia, fuerza y resistencia superior a la de cualquier otro humano. Por tanto, en la búsqueda de vivir algo profundo, los especialistas descubrieron su inclinación por provocar secuestros, torturas y múltiples asesinatos; precisamente como los que han ocurrido en estos dos últimos meses.

—Es una pena —murmuré, regresando mi vista al segundo párrafo de la nota periodística.

Suspiré con fuerza y acomodé la desgastada bufanda que rodeaba mi cuello. Mientras más leía, más me aterraba la idea de desaparecer y unirme a aquel inquietante registro de asesinatos. Lo peor de todo era que las probabilidades de que eso sucediera eran altas, ya que la Universidad YSK, justamente a la que asistía, era reconocida por su excelencia académica.

—Justo a tiempo. —La voz de una mujer conocida me sacó de mis pensamientos.

Suspendí el celular, lo guardé en mi mochila y me giré completamente para ver a la joven sentada detrás de mí. Un largo cabello negro con flequillo, acompañado de una distintiva sonrisa adornada por un lindo hoyuelo, me provocaron una mueca de desconcierto. Pese a conocer a Hana desde hace años, ya que era mi mejor amiga y compañera de clases, nunca la había visto tomar el transporte público.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunté boquiabierta.

—Te he estado observando por media hora, Jin Ae. —Hizo una cara de desaprobación. Solo abrí más mis ojos por la sorpresa que aquella revelación me había causado—. Los treinta minutos más aburridos de mi vida.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora