08.

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«Venga a la sala de lectura general. La estaremos esperando»

La notificación del nuevo mensaje de texto sonó después de unos segundos. Bloqueé la pantalla del celular, aturdida por la indicación del sujeto aún sin identificar, e intenté meditar las opciones que estaban a mi alcance.

¿Debía denunciar lo sucedido a la policía? ¿Comunicarle la situación a la familia Choi? ¿Pedirle auxilio al único individuo con el que compartía la responsabilidad del incidente del viernes?

Mierda.

No podía tomar una decisión. No sabía qué hacer sin tener que recurrir a acciones precipitadas.

Y aunque traté de mantenerme serena hasta el último momento, las emociones comenzaron a nublar mi racionalidad. Las severas palabras de Na hicieron eco en mi interior; los alarmantes artículos que anunciaban un próximo secuestro intensificaron mi temor.

El acelerado golpeteo que se escuchó dentro del aula, proveniente del contacto de mi dedo índice con la superficie de la mesa, mostró el pésimo hábito que aparecía cada vez que el nerviosismo me dominaba.

Los brutales pensamientos que emergieron por culpa de la desesperación e impotencia me obligaron a cubrir mi cara con ambas manos. Y así, el peor de los escenarios atacó mi mente, haciéndome sentir culpable por haber involucrado a Hana en este problema.

Si no hubiera ocultado la verdad, si tan solo hubiera sido sincera sobre lo que había pasado, su vida no estaría en riesgo.

Liberé mi rostro, abrí mis ojos y busqué el reloj en la pared. Los dos minutos que faltaban para las diez de la mañana, y que anunciaban el inicio de la clase, implantaron una sensación de urgencia en mi ser. No podía seguir demorándome; debía actuar de inmediato.

Respiré hondo, apretando el celular con determinación, y me levanté precipitadamente para dirigirme a la sala de lectura. La cuestión fue que, antes de que pudiera abrir la puerta, me detuve al ver a una persona al otro lado.

—Oh, buenos días, señorita Bang. —El alegre saludo fue pronunciado por la profesora Kim mientras se adentraba al salón—. La veo un poco pálida, ¿se encuentra bien?

—Lo siento, ocurrió un inconveniente —murmuré con una creciente impaciencia, enfocándome en la salida ubicada detrás de la mujer de cabello corto—. Debo ir al baño.

El semblante de la maestra Kim reveló sorpresa, transformándose en simpatía mientras asentía con su cabeza un par de veces.

—Entiendo—susurró colocando una de sus manos sobre mi brazo; el sentimiento de preocupación y la imagen de sangre me embistió repentinamente—. Si necesitas un cambio de ropa, solo avísame.

El gesto de confusión que había formulado fue rápidamente disimulado por una leve reverencia en señal de gratitud. La profesora Kim, quien me sonrió a la vez que apuntó con su barbilla la puerta, pasó a mi lado para darle la bienvenida a los demás alumnos.

La observé caminar a su escritorio, pensando en cómo había malentendido la situación, y localicé inconscientemente el asiento de Jaemin. Desde la lejanía se podía notar la agradable plática que estaba teniendo con un par de jóvenes sentadas en la fila de atrás.

No confiaba en él. No lo haría después de causarme heridas físicas e incluso haberme ofendido verbalmente; pero tampoco podía negar que su fuerza podría haber sido de ayuda.

Suspiré, llenándome de valor, y abandoné el salón. Al encontrarme con el deshabitado pasillo, agradecí haber sido interrumpida por la profesora. El vacío escenario me permitiría correr con libertad, de manera que la molesta habilidad de absorber los sentimientos de otras personas había dejado de ser un obstáculo.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora