| Na Jaemin |

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Tres segundos

El día que nací tomé la vida de mi madre biológica. Fue necesario que le arrebatara el último aliento a la mujer que me había cuidado por nueve meses en su vientre para que entendiera lo que significaba vivir. 

Era lo normal cuando un biwo venía al mundo: robaba todo a su alrededor en un intento de saciar su vacío. 

Una carta de mi supuesta tía fue la encargada de explicármelo. Era un recipiente listo para ser ocupado por las tendencias violentas que caracterizaban al primogénito de la familia Na, las cuales comenzaron a correr por mis venas en cuanto el pequeño me sostuvo.

Y así, una parte de mí se formó al extraer su esencia. 

Mientras me convertía en la peor versión de un yasaeng, el hijo de los Na se había transformado en un ser humano normal a un costo elevado: perder la mayoría de su fuerza, resistencia y violencia, la cual se había multiplicado en mi ser.

En aquel momento, la familia Na tuvo la oportunidad de deshacerse de mi asquerosa existencia; pero quiero creer que su naturaleza y su característico amor los obligó a rechazar la oferta. 

La oportunidad de vivir como su hijo apareció, y a partir de ese día, dependía de mí aprender a ser un sarang que cumpliera con sus expectativas para evitar ser eliminado.

Imité la personalidad de la que llamaba mi madre. Memoricé las cálidas y confiables palabras de mi exitoso padre. Copié las sonrisas que ambos compartían a sus conocidos. Y repetí cada una de sus acciones frente los demás hasta que se convirtió en una costumbre.

Interactué con el mundo para intentar construir mi identidad. Con el paso del tiempo terminé moldeando mi comportamiento de acuerdo a lo que la sociedad demandaba de mí.  

Sin embargo, por más que buscaba mi propia individualidad, al final del día la misma pregunta retumbaba en mi cabeza: ¿quién o qué era?

Un papel decía que mi nombre era Na Jaemin. Mis padres aseguraban que finalmente era un yasaeng. La sociedad juraba que era un sarang.

Era insuficiente. Por años fui incapaz de definir el sentido de mi existencia.

Hasta que la conocí.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Su voz al otro lado del biombo de madera me sobresaltó.

Sabía que no era ella, pero su tono inconfundible me había hecho dudar por un momento.

—Dos minutos —respondí mirando la hora en mi celular.

—Esperaré un minuto más, Jaemin-hyung —anunció Chenle para después guardar silencio.

Ambos estábamos en un pequeño cuarto detrás del enorme escenario que mi familia había preparado para el evento; uno utilizado especialmente para que los artistas de la noche pudieran cambiar sus atuendos. 

Así pues, mi madre le había pedido a Chenle, quien se hacía pasar por Jin Ae, que se cambiara para lucir un hermoso vestido largo en la foto familiar; uno que había solicitado sin nuestro consentimiento.

Pese a que sabía que ella se vería preciosa con cualquier prenda que usara, sonreí como un tonto al imaginar las quejas que seguramente habría dicho o la incómoda actuación que habría llevado a cabo para negarse.

Sacudí mi cabeza y borré la estúpida expresión de mi rostro al observar mi reflejo en el espejo de cuerpo completo. Y sin poder evitarlo, evoqué el día en que la había conocido. 

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