40.

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«Nacimos para ser empáticos: comprender, ayudar y motivar. Pero para que exista el bien, debe entenderse que el mal es necesario. Y con él, surgió nuestra contraparte»

El pequeño fragmento de la carta de mi madre apareció entre mis memorias antes de abrir los ojos. La intensa luz que me permitía visualizar con claridad mis piernas hizo que mi respiración se agitara. La superficie suave sobre la que descansaba mi espalda aceleró mi corazón.

¿Dónde estaba?

Me aterraba saber la respuesta y el miedo me impedía alzar la vista para encontrarme con la verdad.

Intenté moverme, pero era imposible; había sido atada perfectamente a una silla. Respiré hondo, rindiéndome ante la posibilidad de zafarme, y levanté mi cabeza con lentitud. 

Tragué duro y bajé mi vista al instante. Dos lámparas de pie, similares a las que se podían encontrar en un hospital, apuntaban directamente hacia mí. Al ser incapaz de mantener mi cabeza elevada por mucho tiempo, solo pude echar un rápido vistazo al lugar. 

Una habitación más amplia, cuyas paredes estaban cubiertas con plástico, era la que ahora me mantenía cautiva. Así pues, en la esquina había distinguido una cámara, frente a mí había notado una camilla, y a mi izquierda había observado la única salida.

Era un lugar totalmente diferente y lo único que venía a mi mente era cómo demonios había llegado aquí.

Cerré mis ojos y relajé mis músculos recordando lo último que había sucedido. No tardé en estar segura que se debía a la maldita botella de agua que me había obligado a beber el señor Park.

—Por fin ha despertado—habló una conocida voz mientras abría la puerta—. ¿Cómo pasó su noche, señorita Bang?

«Ni siquiera puedo recordarla» Pensé al escuchar una pregunta tan estúpida. 

Dirigí mi mirada hacia el hombre que seguía de pie cerca de la salida, y forzando mis ojos para seguir cada una de sus acciones, conseguí ver cómo se acercaba a la camilla para colocar sobre ella un maletín.

El simple hecho de no saber qué había dentro hizo que un inesperado temblor recorriera mi agotado cuerpo.

—Esta vez no seré tan descuidado —dijo mientras oía sus pasos acercarse a mí.

Tomó mi mejilla y elevó mi cabeza sin previo aviso. El señor Park sonrió maliciosamente para después arrancar la cinta de mi boca. Maldije en silencio su acción, y sin dejar que el ardor me hiciera lucir débil frente a él, tomé un profundo respiro.

Ayer fingí completa demencia a lo que decía. Hoy sería el turno de medir mis palabras.

O eso esperaba.

—Me gustaría tener una charla adecuada, señor Park —contesté viendo fijamente su inexpresivo rostro—. Y la luz no está ayudando mucho.

Intenté mantener la calma al mismo tiempo que forzaba una sonrisa. El sujeto alzó una de sus cejas, analizándome nuevamente y estudiando mis expresiones por un par de segundos, y finalmente retrocedió.

—Veo que cambió su actitud —expuso con recelo, encaminándose a las lámparas que estaban a unos metros de él—. ¿Acaso tuvo tiempo de reflexionar sobre sus acciones?

El sonido de los interruptores, así como el súbito cambio de ambiente, me permitieron soltar un suspiro de alivio. Sintiéndome cómoda, volví mi vista al hombre de traje blanco frente a mí.

—Está en lo cierto—respondí con confianza—. Pensé en los numerosos pecados que he cometido en mi vida, y encontrarme con Jaemin pudo haber sido uno de ellos.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora