10.

2.8K 322 116
                                    

La pared izquierda del viejo departamento no solo había sido revestida con madera, sino que la habían recubierto con un extenso mapa de Seúl. Las decenas de fotografías de los asesinatos, los múltiples recortes de artículos de periódico y los sitios marcados en lugares específicos de la capital se unían con un delgado hilo rojo para exhibir una colección de casos sin resolver.

El sonido del lento impacto de mi calzado contra el suelo retumbó entre los muros. El pánico que me había encadenado al suelo segundos atrás fue sustituido por la curiosidad, siendo ligeramente absorbida por los elementos que habían sido ubicados estratégicamente en el plano de la ciudad.

Así que, en cuanto estuve delante del cúmulo de información, no dudé en inspeccionar con detenimiento los perfiles que habían sido enumerados de manera ascendente. A pesar de que había sido incapaz de reconocer los veintiún rostros que encabezaban aquella lista sin terminar, un aspecto familiar apareció al final de aquel aterrador registro de víctimas.

El retrato de una sonriente Yi Ra estrujó mi corazón.

Pero la fotografía de Hana en la esquina inferior, y a su lado izquierdo la mía, me paralizó. El texto pegado debajo de éstas, escrito en una nota amarilla, puntualizaba el tipo al que cada una pertenecía.

Un cham y un teochi.

Esa era la única descripción que había sobre nosotras.

—¿Qué significa esto? —formulé la pregunta con dificultad, acercándome para tocar las imágenes que habían sido tomadas al inicio de nuestra carrera universitaria—. ¿Por qué estamos aquí, Na?

Giré mi cabeza hacia él en espera de una sincera respuesta. El sujeto que mantenía sus brazos cruzados, mientras estaba recargado sobre la pared del corto corredor que conectaba con la salida, fijó sus inexpresivos ojos sobre los míos.

Le insistí con la mirada, dando unos pasos hasta quedar frente a él. Y sin decir una sola palabra, el castaño deshizo su intimidante postura para disminuir la distancia entre ambos. Incluso si tenía miedo de lo que podría suceder, en ningún momento retrocedí; ni siquiera cuando se detuvo a unos centímetros de mí.

Quise parecer valiente, aun si el temblor de mi cuerpo había sido evidente.

—Eran las siguientes—confesó desviando su mirada y pasando justo a mi lado.

—¿Qué? —El desconcierto, mezclado con recelo, anudó mi garganta. Y por más que me hubiera gustado enfrentarlo de cara, una inquietante idea me impidió moverme—. ¿Cómo lo sabías?

La hora precisa de las desapariciones, las fotos sin censura de las escenas del crimen y los puntos localizados con exactitud en el mapa, eran datos que jamás habían sido divulgados al público en general.

¿Cómo demonios los había obtenido?

—He estudiado el patrón de los asesinatos.

El ruido metálico detrás de mí, combinado con su supuesta declaración, consiguió que un lío se creara en mi mente. Si bien pretendía despejar la confusión que comenzaba a atacarme, las preguntas se negaban a ser pronunciadas por miedo a saber la respuesta.

¿Desde cuándo me conocía? ¿Cuál era la verdadera razón por la que me había atacado? ¿Por qué tenía que haber sido yo?

—¿Lo has estudiado? —repetí lo que había dicho, sintiéndome repentinamente vulnerable.

—Eres la primera persona a la que le compartiré lo que he recabado —dijo con confianza. El sonido de unas hojas se escuchó durante su breve pausa—. Deberías sentirte orgullosa.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora