04.

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El reloj colgado en la pared blanca marcaba las ocho en punto. Una hora exacta faltaba para que finalizara la jornada de mi servicio becario. Unos sesenta minutos adicionales de sufrimiento.

Bebí el agua restante del vaso cónico para después tirarlo al bote de basura. Recargué levemente mi hombro sobre el dispensador de agua y aprecié, desde el quinto nivel, el extenso espacio que recopilaba recursos informativos de diversa índole.

La desalojada recepción revelaba la nula concurrencia en la biblioteca. La vacía área de acervo general reflejaba el resultado del cierre del periodo de exámenes de la semana pasada. Y el uso de un par de cubículos individuales indicaba el inicio de la hora de estudio nocturna.

La demanda había disminuido significativamente desde las siete de la tarde. Por ende, era comprensible la actividad que me había asignado la señora Oh, encargada principal de la biblioteca, hace cinco minutos: organizar los libros en su respectivo estante en el tercer piso. 

Parecía una labor sencilla, pero era exhaustivo recorrer las estanterías en búsqueda de la ubicación física definida por el código alfanumérico de cada obra. Y también era aburrido, evidentemente.

—Hazlo para liberar tu servicio. Hazlo por las horas que te faltan —me repetí múltiples veces para conseguir motivación, pero fracasé en el intento.

Bajé las escaleras, saludé cortésmente a unas compañeras que estaban en la zona de trabajo común y fui directo a la oficina de servicios. Revisé los volúmenes acumulados durante el día, fuesen por préstamo o consulta dentro de las instalaciones, y noté que la mayoría pertenecía a la categoría de psicología.

Sin perder el tiempo, agarré el carro portalibros de madera y me dirigí rápidamente a la sección BF, la cual estaba al fondo a la derecha de la amplia biblioteca, específicamente dentro del grupo de Humanidades y Ciencias Sociales.

Mientras avanzaba por el pasillo me dispuse a hojear algunos de los libros que estaban cerca y me sorprendí en cuanto leí el título «Intenso amor». Esta novela se había vuelto sumamente popular el año pasado debido a la trágica historia que relataba, en la que un sarang se enamoraba perdidamente de alguien que ya tenía pareja, provocando su aislamiento y con ello, su muerte.

—Qué problemático —murmuré para mí misma.

La imagen de Jaemin apareció en mis pensamientos al revisar superficialmente el contenido de la obra literaria. Él era el primer sarang que había conocido en persona, y, aunque lo había estado observando en los últimos días, todavía era incapaz de comprender su actitud.

¿No se suponía que era el tipo de humano más encantador? ¿Por qué actuaba todo lo contrario hacia mí?

Lo medité constantemente hasta encontrar una posible respuesta.

Si él sabía que era un teochi, podía imaginarme la razón de su distancia hacia mí. La cuestión era cómo se había enterado. Probablemente habría sido Chung Ho entre una de sus insoportables bromas; tal vez se le había escapado a alguno de mis compañeros.

—¿Está muy pesado? —La pregunta susurrada en mi oído provocó que soltara el carrito por el susto—. Perdón. Quería molestarte un poco —se justificó el individuo en cuanto cubrí mi boca para ahogar mi voz.

Le miré, se trataba de Huang Renjun, quien soltó una risa nerviosa y detuvo el carro con sus dos manos.

—Casi grito por tu culpa —le reproché en voz baja, tratando de controlar el acelerado ritmo de mi corazón—. ¿Qué hubieras hecho si la señora Oh nos regañaba por ser ruidosos?

—No importa lo que yo hubiera hecho, lo bueno es que no pasó. —El joven de cabello castaño oscuro contuvo su risa mientras sostenía el tubo de acero del carrito—. Déjame compensar mi error, Jin Ae.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora