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«No entiendo cómo el maravilloso hijo menor de la familia Na pudo arriesgarse para salvar a un simple teochi, pero al menos no lo hizo por la otra chica»

Leí el molesto comentario del artículo en tendencia en Naver y, al notar la excesiva cantidad de mensajes similares, desconecté la sesión en la plataforma. Cerré la única pestaña del navegador, observé la imagen azul predeterminada del escritorio del ordenador, y revisé la hora en la esquina derecha inferior.

Apoyé con cuidado mis codos sobre la mesa del estrecho cubículo y coloqué mis manos frías en mi frente, preparándome mentalmente para salir.

El reloj digital indicaba que la clase del profesor Park terminaría pronto. Era lunes, y aunque debería haber estado dentro del aula desde las ocho de la mañana, en realidad había permanecido en el segundo nivel de la biblioteca por casi dos horas.

Incluso si había pensado evitar el lugar en el que había sido agredida, existían varios motivos por los que lo había visitado; desde llenar el papeleo para la terminación de mi servicio becario hasta examinar personalmente las grabaciones del interior. No obstante, tampoco podía negar que la principal razón había sido evadir cualquier interacción con el sujeto que me había arrastrado a este lío.

Los artículos periodísticos, los reportajes televisivos e incluso los programas radiofónicos alababan el falso rescate de Jaemin. La atención que estaba recibiendo la familia Na, la cual se favorecía ampliamente de la situación para incrementar su popularidad para las próximas elecciones, opacaba el asesinato de Hang.

Además, debido a la revelación de la clasificación de Yi Ra, quien había ocultado el hecho de haber nacido como un sagi, había ocasionado una división en la opinión pública. La mayor parte de la población argumentaba que merecía haber muerto por ser de un tipo repugnante; uno destinado a vivir en el engaño. Otros más habían solicitado la expulsión de los sagi de las universidades, mientras que algunos consideraban que la solución era que portaran un brazalete distintivo.

Y unos pocos, menos de los que esperaba, se habían compadecido de ella.

Sí, la reacción de la sociedad era inaceptable. Y era innegable que, la policía que había jurado proteger a los ciudadanos, no había movido ni un solo dedo para encontrarla; nunca fue su prioridad, menos sabiendo que los habitantes de Seúl desaprobarían la decisión de iniciar el proceso de su búsqueda.

Por ende, los interminables interrogatorios a los que había sido sometida el sábado se habían realizado con el objetivo de determinar la apariencia física del presunto sospechoso. Si lo pensaba con detenimiento, hasta el momento era la única que supuestamente había sobrevivido al intento de secuestro, por lo que necesitaban mi declaración para continuar con la investigación.

Pese a que desconfiaba de Jaemin, la descripción que repetí fue la que él había especificado; no hablé sobre el rostro del presunto culpable, tampoco sobre su voz. Independientemente de que hubiese querido desviar la atención de sí mismo, era incapaz de descartar el hecho de que él tuviera una noción sobre el aspecto del secuestrador de Hang o al menos una idea de lo que estaba sucediendo en la ciudad.

Y así, tras meditar lo que había pasado en los últimos días, concluí que debía mantenerme cerca de él para obtener información. Si bien había pensado en revelar su verdadero tipo, la influencia de su familia terminaría por ocultarlo de nuevo.

Definitivamente odiaba la idea de continuar relacionándome con Jaemin, pero, ya que el tiempo transcurrió hasta que fue demasiado tarde para salvar a Yi Ra, esta vez trataría evitar otro asesinato; incluido el mío. Todavía no sabía cómo lo conseguiría, pero debía apresurarme; la información en internet anunciaba la posibilidad de un nuevo secuestro el día de hoy.

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora