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«La sesión de hoy será cancelada»

Leí con amargura el correo electrónico que había recibido en mi celular hace cinco minutos y me detuve a mitad de la plaza central de la universidad. Lancé mi cuello hacia atrás y simplemente resoplé rindiéndome ante la realidad: tenía dos horas libres, pero había llegado demasiado temprano.

—Es bueno que la haya cancelado. Podré descansar —traté de convencerme a mí misma—, pero podría estar tranquilamente en casa —dije como si pudiera recriminarle al profesor.

Detrás de mi incontrolable enfado e irritabilidad había un conjunto de razones. La primera de ellas se reducía a que era lunes por la mañana. La segunda era porque no había desayunado ni dormido lo suficiente. Y la tercera se debía a que el día de ayer la había cagado enormemente.

De manera indirecta le había revelado al señor Choi que sabíamos lo que estaba haciendo. Y cuando quise retractarme de mis palabras, el padre de Hana ya se había retirado silenciosamente. 

Era un error que podía costarnos la vida. Y no encontraba la forma de decírselo a Jaemin, quien no había escuchado mi conversación con el señor Choi. O eso quería creer.

Desarreglé mi cabello por la frustración, recordando las estúpidas palabras que salieron de mi boca, y paseé mis ojos por todo el campus. Cuando vi una banca desocupada cerca del edificio donde iba a tener mi primera clase, me dirigí a ella sin muchos ánimos. 

Revisé mi celular, y con una bandeja de mensajes vacía, simplemente suspiré. Tomé asiento, coloqué la mochila sobre mis piernas y la abracé fuertemente, disponiéndome a esperar a cualquier persona conocida que hubiera estado en el salón y poder ir con ella a la cafetería. 

La razón principal era que no quería estar sola. Había empezado a acostumbrarme a la compañía de Hana y Minhee a cualquier hora. Y para ser honesta, extrañaba más la presencia de Jaemin. Ahora que teníamos que fingir ser pareja, realmente quería que estuviera a mi lado. 

En cuanto los pensamientos del pelinegro comenzaron a saturar mi mente, decidí cerrar mis ojos e intentar suprimirlos. Me mantuve de esa forma mientras los minutos pasaban, y sin que me diera cuenta, me quedé completamente dormida en aquella incómoda banca. 

Todo era paz y armonía hasta que sentí que alguien tocaba ligeramente mi cabello. El roce me había transferido un sentimiento agradable que era incapaz de identificar por la somnolencia. Tal vez tenía que haberme puesto de pie de golpe, pero entre mi cansancio y confusión, solo levanté débilmente mi brazo en búsqueda de aquella desconocida mano.

Sin encontrar rastro alguno encima de mi cabeza agachada, me relajé de nuevo. Asumí entonces que era mi mente haciéndome una mala jugada, ya que había comenzando a escuchar las risas distantes de la gente que iba pasando por el lugar.

—¿Es todo lo que planeabas hacer? —La voz de Jaemin retumbó en mis oídos, haciendo que abriera automáticamente mis ojos e incorporara mi cabeza—. ¿Agitar tu mano?

Arrugué el entrecejo sin entender qué hacía el pelinegro frente a mí.

—¿De qué hablas? —Intenté enfocarme en su figura, y sin lograrlo, tuve que recurrir a frotar mis ojos—. ¿Qué haces aquí? —añadí fijando mi mirada en él. 

—¿Realmente estás preguntando eso? —Jaemin, quien llevaba una sudadera negra y su cabello ligeramente rizado, contuvo su risa—. ¿Qué haces aquí durmiendo en lugar de ir a la cafetería o la biblioteca?

Tres segundos  | Na JaeminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora