—Luisita, cariño, despierta.
Sentí como me acariciaban el pelo con delicadeza y también como mi mano izquierda estaba presionada. Me giré y vi a Gastón tumbado a mi lado apretándome con su manita y succionando su chupete de forma repetida. Dormía como un bendito y a mí se me escapó una sonrisa.
Sabía qué a mi otro lado, Amelia admiraba embelesada aquella escena mientras no dejaba de acariciar mi pelo. Yo dejé un beso en la cabeza del pequeño y me giré para mirarla.
—¿Qué hora es? —pregunté con los ojos entornados.
—Antes quiero mi beso de buenos días, qué me pongo celosa. —Se acercó a mí y agarró mis mejillas para besarme—. Te voy a traer el desayuno y luego vamos a ver si han venido los reyes ¿Vale?
—Pero dime qué hora es —repliqué desperezándome.
—No son ni las nueve, Luisita, tranquila. Te da tiempo de ir a ver a tu abuelo antes de comer.
—Y de ir a casa de mis padres para ver a mis hermanos.
—Sí, cariño, da tiempo a todo.
—Vale ¿Despertamos a Gastón?
—Primero vamos a desayunar nosotras, qué si no, no nos deja.
—Está bien... —Me desperecé como pude y me coloqué la bata—. Qué frío.
—Ven aquí. —En cuanto me incorporé, Amelia me abrazó fuerte frotando mi espalda para hacerme entrar en calor—. ¿Mejor?
—Sí, aunque no me apetece nada levantarme, Jo.
—Venga, floja. —Me tiró de la mano—. Que los Reyes ya habrán llegado.
Cuando llegamos al salón, pude ver un pequeño rinconcito, justo donde Amelia había colocado unas figuras del portal de Belén, lleno de regalos.
La miré y en sus ojos se podía adivinar el brillo de una niña pequeña.
—Pues parece que no nos hemos portado mal ¿no?
—Igual solo les hemos dado lástima —dije yo riendo.
—Mi amor, este va a ser nuestro año, lo sé. —Volvió a sujetarme las mejillas con sus manos frías—. Confía
—No está empezando muy bien, para mí al menos.
—Bueno, lo de tu abuelo es algo lento, pero se solucionará, estoy segura.
—Ojalá, Amelia, ojalá. —Me quedé unos segundos pensando en la última imagen que tenía de mi abuelo, era horrible recordarlo en aquella cama postrado—. Voy a hacer el café.
Llevé un par de cafés y unos dulces que habíamos comprado el día de antes y nos sentamos en silencio en la mesa del salón.
Me parecía entrañable la forma en la que todavía nos mirábamos, como con la vergüenza de dos que acaban de conocerse y no saben cómo disimular las ganas que se tienen. Eso me daba mucha confianza, sabía que todo iba bien entre nosotras por esos pequeños detalles. A veces me atormentaba la idea de estar descuidando mi relación con todo lo de mi abuelo, pero Amelia era tan paciente y comprensiva que en cuanto la veía sonreír para que yo le devolviera una mueca al menos, se me quitaban los miedos.
Cada día pensaba que quererla más era imposible, pero cada día nuevo me sorprendía con un vuelco en el pecho diferente y siempre más intenso al anterior. El poder de aquella guerrera con rizos de acero era mucho más del que me pude imaginar la primera vez que la vi. Y eso que aquel día pude sentir su fuerza desde mi posición.

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Ella. Luimelia.
FanfictionLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.