Ruido

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Amelia, en un principio, no se percató de que mi madre nos había visto en pleno beso, pero en el momento en el que salió corriendo, se le cayó una caja que llevaría seguramente a la basura, e hizo un ruido que la sobresaltó.

Se dio la vuelta sin soltarme las manos y vio como alguien corría.

- Luisita, dios mío... - dijo con las manos en la cabeza – dime que esa no era tu madre

Mentirle era inútil.

- Sí...

- No me lo puedo creer... es que no nos dejan de salir mal las cosas ¿ahora qué?

- Ahora yo se lo voy a explicar y me va a entender, Amelia, porque mi madre solo quiere mi felicidad, ya verás

- Eso no va a pasar, Luisita – dijo totalmente derrotada – deja de engañarte, la gente de la generación de nuestros padres nunca va a entendernos

- Eso no es verdad, y ahí tienes el ejemplo de mi abuelo que es incluso de una generación más antigua

- Tu abuelo es un santo y es una excepción, no puedes ser tan ilusa

- Bueno – la agarré de las manos e intenté acariciarla, pero no estaba receptiva a nada, los nervios la delataban – déjame que lo intente, voy a hablar con ella

- No sé cómo puedes estar tan tranquila

- Tampoco entiendo como tú estás tan nerviosa – dije ya un poco molesta por su forma de hablarme – el problema es mío, con mi familia, tú aquí no tienes nada que ver

- Eres una cabezona y no quieres entender la realidad de todo esto, pero tranquila, que como no tengo nada que ver, te dejaré sola con tu problema...

Se marchó de allí sin volver a cruzar una mirada conmigo y me dejó rota.

En ese momento la necesitaba más que nunca y al verla alejarse, sentí mucho miedo. Nuestra primera discusión en un momento así fue lo peor que podía pasarme.

Rompí a llorar y me senté en el suelo frío de aquel callejón apoyada en la pared y agarrándome las rodillas. Sentía que de repente no tenía a nadie en quien cobijarme. Porque mi abuelo ya no merecía más problemas, demasiado me había ayudado. Aquello, como bien le dije a Amelia, era cosa mía y de nadie más.

A los minutos, Fede, el chico pudiente del barrio, y un par de amigos, aparecieron por allí. Era una pandilla de chavales de mi edad que aparentaba llevar una vida perfecta custodiada por sus padres, pero que mataban cada noche en aquel callejón consumiendo drogas de todo tipo.

- Vaya, ha acabado regular la boda – dijo Fede mientras todos le reían la gracia – no me extraña

- Dejadme en paz – dije incorporándome y sacudiéndome el vestido

- Si es que siempre has sido muy rara, Luisi – continuó – tenías que haberte venido conmigo, que te iba a poner yo bien recta, no como el flojo del Sebas este, que ya se sabe en todo el barrio que ni siquiera te probó antes de ir al altar

- Cállate

Fede intentó pretenderme años atrás. De muy malas formas y con esa chulería que me daba verdadero asco, y jamás me perdonó el rechazo.

- Una mujer de verdad jamás me habría dicho que no, así que ahora tienes lo que te mereces

- Y tú también, estar solo

- Mira niñata...

Se acercó amenazante y, lo siguiente que vieron mis ojos, fue una mano dándole un tortazo con una fuerza increíble en toda la mejilla. Casi cayó al suelo del impacto y de la impresión.

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora