Señora

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Ambos bajaron del escenario ante la ovación de todos y continuaron hablando. Mi padre le decía algo al oído mientras me miraba y señalaba, y ella se giró también para mirarme, pero su gesto no era el que yo me esperaba.

Mi padre se aproximaba a mí despacio y en un par de segundos yo ya había perdido el rastro de Amelia, que solía quedarse a saludar a la gente.

— ¿Qué? Dijo él orgulloso ¿has visto como canta tu padre?

— Papá, yo ya sé cómo cantas, si no paras de hacerlo en la cocina – contesté restándole importancia a su alardeo – pero ha sido precioso el gesto que has tenido con Amelia

— Ya le he dicho que es una más de la familia y creo que se ha quedado tranquila, ahora te toca a ti hablar con ella – dijo un poco más serio

— No parece que le apetezca mucho hablar conmigo

— Anda, ve a buscarla, yo me quedo en la barra – dijo convencido mientras se remangaba

— ¿Qué dices, papá? Que tú no sabes dónde están las cosas

— No digas tonterías, si esta barra es la mitad que la del asturiano, tampoco puede ser muy difícil. Además, si necesito algo llamo a tu cuñado que se está acercando mucho a hablar con esa muchacha y a ver si lo ato en corto que...

— Bueno, pero ten cuidado con los vasos que son muy delicados

En ese momento mi madre se acercó con Gastón en brazos que continuaba tan animado como cualquiera de nosotros a pesar de ser ya casi las dos de la mañana.

— Hija, ponme un refresco, anda – dijo colocándose al lado de mi padre

— Que te lo ponga tu marido que yo voy a ver a mi chica – le expliqué en voz baja saliendo de la barra apresurada – y me llevo a este niño para que felicite a su madre ¿verdad?

Cogí al pequeño y caminé hacia el camerino pensando que había hecho aquel gesto de llevarle a su hijo por pura cobardía, sabía que así se ablandaría un poco y me dejaría hablar.

Pero también estaba feliz porque acababa de decir delante de mis padres "mi chica" con toda la naturalidad del mundo, y eso, como por inercia, me llenó de energía y de positividad.

Vi como mi hermana salía de allí y me dejó la puerta abierta para que pasara, pero yo, aun así, llamé para no importunarla.

Ella se giró en su silla y Gastón comenzó a sonreír y a extender sus bracitos para irse con su madre.

— Tenías ahí a un fan loquito por abrazarte y tenía que traerlo – dije en tono conciliador mientras ella lo cogía despacio

— Mi amor – dijo sonriendo mientras lo besaba – como has disfrutado ¿eh?

— Se vuelve loco contigo, Amelia, para que luego digas...

Aquella escena estaba siendo tan idílica que podría haberla soñado en cualquier momento.

Una canción.

Solo con eso podría comparar aquella imagen en la que parecía que el amor estaba cobrando forma y color. Un abrazo que no tenía nunca miedo de ser el último. Como la primera nota de un vinilo, o como el acorde con el que empieza un concierto. Aquello era el principio de un beso largo y placentero que te reconforta y te acuna.

Una madre y un hijo que se completaban. Como las estrofas después del segundo estribillo.

La vida pasa y la perdemos, se destruye la historia, los muros que levantaron nuestros abuelos, las ciudades, las cosas que creemos que ya no nos sirven, las relaciones, los árboles que nos dan la vida, todo lo que no se queda en el aire se termina alguna vez.

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora