No voy a pedir perdón
Por descubrir en ti la luz de mis latidos
No he de pedir permiso
Para adorar tu rostro dulce y ferozmente
La gente nada sabe del amor
Si no se reconoce en nuestros pasos
Y al lado de la cama, más bien al pie
Espero a que esta aurora te despierte
Que no espere mis disculpas, corazón
Todo empieza y todo acaba en tiY no te asustes mi amor
Si mi voz suena algo seria y definitiva
La vida es una y una es la respuesta
Mi piel se quema sin tu suave sombra
Te nombran las ciudades que pisé
Y en cada esquina encuentro tu acertijo
Si vivo fue porque siempre esperé
Para entregarte mi pecho desnudo
El futuro me ha nombrado con tu voz
En ti todo encuentra una razónTodavía tras tanto tiempo conseguía deshacerme en lágrimas tras cada canción. El libertad estaba lleno aquella noche, pero cuando de su voz salía alguna letra de amor, la gente desaparecía y nos quedábamos las dos solas. Sabía que me cantaba igual que si no hubiese nadie, igual que lo hacía en el salón de su casa o en la terraza del hospital cuando intentaba animarme estos últimos días.
Esos días fue tan poderosa como las canciones. Tan capaz de salvarme y de sanarme como ellas y en aquellos ratitos de música en directo me parecía que la mezcla de las dos cosas que más amaba en el mundo, me daban toda la vida que la situación me quitaba.
— ¿Quieres un refresco?
— Una cerveza mejor, cariño — contestó dándome un beso corto en los labios — pero salgo yo a bebérmela a la barra y así saludo que han venido algunos compañeros del trabajo ¿tú te vas ya?
— Sí, ya he visto por ahí a tu amiga Elena con un señor — musité y Amelia sonrió ante mi gesto — Y sí, me voy ya, en cuanto llegue mi hermana Lola.
— Anda, dame un beso, idiota — Se levantó y acunó mis mejillas con sus manos antes de juntar nuestros labios — No te preocupes por Elena, es inofensiva
— No sé yo...
— Oye, dale un beso a Pelayo y a mi suegro, por favor, y un abrazo fuerte.
— Lo haré — le robé un último beso antes de salir del camerino — Me encanta como suena eso de suegro — me mordí los labios
Al llegar a la sala, el alboroto era más evidente que el de otros días. La gente deseaba con fuerza saludar a Amelia, es como si se hubiese corrido la voz de que cantaba esa noche y la mayoría de los asistentes eran jóvenes deseosos de agradecerle aquel concierto.
— Luisi, tu hermana te está esperando fuera con el coche
— ¿Enserio? ¿Por qué no me has avisado?
— Porque no doy a basto, caramba ¿no lo ves?
— Vale, vale, perdona... pues me voy — dije torciendo el morro al ver su mal humor
— Adiós, dale un abrazo al abuelo y dile que mañana le veo, y dame otro abrazo a mí, anda — Me acerqué a ella y dejé que me espachurrara mientras me besaba la cabeza — que despegada eres, hija mía
— Y tú que rara...
De lejos guiñé un ojo a mi chica que ya estaba envuelta en un círculo de gente y ella me lo devolvió. Corrí escaleras arriba y allí vi a mi hermana dando vueltas, nerviosa y con un cigarro en la mano.
— Venga, Luisi, por dios, que me van a multar
— Voy, voy...
— Dale un abrazo a tu hermana, anda
— De verdad, no hay quien os entienda, primero me la liais y luego el abracito — dije riendo
— María y yo somos iguales — sonrió ella también mientras se metía en el coche
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Ella. Luimelia.
FanficLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.