Queda la música

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Mientras me levantaba con dificultad, ella, jadeando aún del cansancio, me alcanzó el brazo para incorporarme.

Quedamos frente a frente y yo lancé una sonrisa de alivio. Ella me miró con los ojos humedecidos y observó atentamente al grupo de personas que pasaba por nuestro lado. Cuando giraron la esquina, ambas nos fundimos en un abrazo.

Era increíble como su cuello tenía el hueco perfecto para mí. Allí podría pasarme las horas, se podría estar cayendo el cielo ahí fuera, que mientras ella me cobijaba entre sus brazos, no me importaba nada.

Ella intentaba retirarse, pero yo me resistía. Sabía que podría ser la última vez, una segunda última vez.

Pero de repente el reloj de la recepción del hospital, me hizo ver la hora y pensé en ese tren que me la iba a arrebatar para siempre.

- ¿Tú no deberías estar camino a París? – dije preocupada

- Sí – contestó cabizbaja

- ¿Y qué haces? Amelia, tienes que irte... no puedes perder el dinero del billete

- ¿Quieres que me vaya?

Aquella pregunta me sorprendió. Me di cuenta de que por encima de todo, quería verla feliz, y ella lo que deseaba de verdad era marcharse.

- Claro que no, Amelia, solo quiero que estés bien, y aquí no lo estás, ya me lo dejaste bien claro – me encogí de hombros – anda, a lo mejor aún estás a tiempo, márchate... - dije en un sollozo mientras acariciaba su hombro

- No puedo

- ¿Por qué?

- Porque no puedo dejarte aquí así, Luisita, no puedo... - dijo ya casi sin voz – Ignacio me ha contado todo

Rompí a llorar y agaché la cabeza por inercia, como avergonzada de que me viera así. Al final ella era un poco culpable de mi emoción, la tenía tan cerca de nuevo y era tan bonito lo que había hecho por mí, que me daba igual todo lo demás.

- Estoy muerta de miedo, Amelia

- Ya imagino, cariño – acarició mi mejilla retirándome un mechón de pelo – ¿Cómo está tu abuelo?

- No lo sé, estaba en quirófano, de hecho debería de subir a ver si ha salido ya...

- Me encantaría quedarme contigo, pero temo que tu madre al verme ponga el grito en el cielo, puedo esperarte en un banco del parque de aquí al lado y cuando haya alguna novedad o necesites cualquier cosa, vas a buscarme – se encogió de hombros de una forma adorable - ¿Te parece?

Mientras mencionaba nerviosa aquellas palabras, se me escapó un atisbo de sonrisa.

- No, Amelia... no voy a dejar que te quedes sola en un parque a estas horas de la noche – negué convencida – además, ya empieza a hacer frío

- Pero, tú madre...

- Mi madre tendrá que aguantarse. Además, ahora es una realidad que solo somos amigas ¿no? – añadí con tristeza – no va a formar un espectáculo estando las cosas como están

- ¿Estás segura?

- Pues sinceramente, no, no estoy segura de nada ya... – suspiré - Parece que no conozco a mi propia madre – sonreí levemente y con desgana – pero me da igual

La agarré del brazo y tiré de ella en dirección a donde yo pensaba que estaban las escaleras, pero de nuevo nos perdimos por la planta baja de aquel lugar tan desolador.

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora