"La necesidad de ver el horizonte, de ver un poco más allá, es lo que nos salva. Y creo que está en todos nosotros..."
Luis Eduardo Aute
Frente al espejo pude apreciar que las ojeras ya gritaban a voces mi estado. Era un reflejo evidente de lo que se me movía por dentro. Solo tengo veintiséis años y el morado oscuro y el gris apagado me definen. Sin dejar de mirarme tragaba saliva asustada por mi aspecto. Intentaba buscar una solución a mi tristeza probablemente injustificada, pero las posibles soluciones chocaban con las paredes de mi cabeza deshaciéndose inevitablemente.
Tenía aparentemente una vida perfecta. Familia, trabajo, novio... pero estaba claro que algo fallaba.
Una canción de la radio de mi abuelo se coló en el baño del bar. Debió de subir el volumen al empezar su programa favorito y ahí sí que pude esbozar una sonrisa sincera.
La música me hacía muy feliz. No tenía voz para cantar, ni talento para nada artístico, pero escucharla me daba la vida. Era muy de cantautores, como mi padre, pero siempre se colaba alguna copla en mi repertorio gracias a mi abuelo. Él era un experto y cada día me contaba una batallita sobre como su madre cantaba en los patios de vecinos de su casa de Oviedo.
- ¡Luisi! ¿qué te queda? – mi hermana María se estresaba con una facilidad pasmosa
- ¡Voy! – grité como pude
- ¡Venga mujer! Que tengo que irme, sal a atender
- ¡Que voy!
Bufé fastidiada por sacarme de aquellos segundos de ensimismamiento y me eché agua en el pecho para aliviar el calor infernal de la cocina.
- Ya estoy, ya puedes irte – dije de mal humor
- Luisi escucha – agarró su bolso y su abrigo y me miró atenta – esta noche vamos a ir a un concierto Ignacio y yo – habló bajito y comprobando que nadie nos escuchaba - ¿Por qué no te vienes?
- ¿Concierto de quién?
- Esta tarde te cuento, es un sitio... bueno... - esbozó una sonrisilla de las suyas y por su gesto entendí que se trataba de alguna de sus reuniones políticas – eso, que esta tarde te cuento
- Vale... - dije sin prestarle atención mientras cortaba la tortilla en porciones
Se acercó a mí y me dejó un beso en la frente
- Adiós hermanita – dijo animada
- Adiós...
Lo cierto es que aquella propuesta de mi hermana me mantuvo todo el día con un pequeño atisbo de ilusión que no recordaba haber tenido en mucho tiempo. Trabajé hasta bien pasada la tarde con más ganas que nunca deseando que llegara la hora de que María me contara más.
Me despedí de mi abuelo y salí del bar justo a la vez que mi novio entraba en él para buscarme.
- Mi amor – me agarró con efusividad y me plantó un beso en la misma puerta sin importarle que mi abuelo estuviera esperando con una bandeja llena – tengo una sorpresa
- A ver, los amantes de Teruel ¿os importa dejar pasar a este vejestorio?
Yo retiré a Sebas de la puerta y me percaté una vez más de las miradas inquisitivas que mi abuelo le echaba. No le hacía ninguna gracia, por sus ideas políticas y por la forma en la que me manejaba.
Yo estaba tan cansada y con tan poca ilusión por la vida, que me dejaba hacer, y eso a mi abuelo le partía el alma.
- ¿Qué sorpresa? A ver... - suspiré poniendo los ojos en blanco
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Ella. Luimelia.
FanfictionLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.