— Buenos días, hija
Mi padre ya estaba en pie y tan activo como cada mañana a esa hora. Tenía su rutina y, posiblemente, lo que más le gustaba en el mundo, era hacernos el desayuno a todos y vernos disfrutar de él.
— Buenos días, papá – le di un beso en la mejilla – huele genial ¿qué has hecho?
— Rosquillas de anís
— ¿Enserio? ¿Tan temprano? – reí – estás loco
— Sí, hoy me he levantado con el alba y no puedo parar de hacer cosas
— Pues como siempre
— ¿Y tú? Hoy no trabajas con el abuelo ¿no?
— No, hoy es mi día libre – dije mientras me echaba el café y destapaba las rosquillas
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Trabajas en el sitio ese de tu hermana?
— No, tampoco... voy a llevar a los niños al colegio y luego iré a cuidar de Gastón mientras Amelia sale a buscar trabajo, va a intentar recuperar su puesto en la revista
— Anda ¿otra vez a cuidar de ese crío? – Yo asentí y miré la reacción de mi padre que frunció el ceño levemente – Ten cuidado, hija
— ¿Qué? ¿Por qué?
— Porque eres muy buena y a ver si vas a ofrecer tu mano y te van a agarrar hasta el cuello – advirtió – que pasas mucho tiempo con esa chica y puede llegar a aprovecharse de tu bondad
— No papá, eso no va a pasar
— No si a mí la Amelia esta me parece una chica muy maja ¿eh? – miró al horizonte como solía hacer cuando necesitaba auto cerciorarse de lo que decía – Y con muy buen gusto, es del atleti
— Ya – reí – es una mujer increíble y muy buena, ella jamás me ha pedido ayuda, papá, no se va a provechar de mí
— Bueno, eso espero – acarició mi pelo - ¿Sabes? Te veo muy bien últimamente ¿Estás contenta?
— Pues sí – asentí – lo estoy
— Y... - Puso su cara de pillo – ¿Tiene nombre de chico esa sonrisilla, quizás?
— No papá – reí un poco incómoda – de verdad
— Bueno, si eso fuese así me lo contarías, qué tonterías digo – se encogió de hombros y lo observé coger un rosco con semblante tranquilo – Tú y yo siempre nos lo hemos contado todo
— Claro
Lo que empezó como una conversación de lo más agradable, concluyó dejándome con un mal sabor de boca. Estaba fallando a mi padre. Tenía razón con eso de que nos lo contábamos todo. Yo jamás le había guardado un secreto antes de que Amelia llegara a mi vida, pero estaba tan segura de que no iba a entenderme, que me daba verdadero pavor llegar a plantearme ese momento.
Pero es que era lo justo ¿no? Él nunca me había dado la espalda, siempre me había apoyado, e incluso animado a tomar decisiones de las que yo no me atrevía.
En conclusión salí de mi casa dando por hecho que se avecinaba un conflicto entre lo que Amelia necesitaba y lo que necesitaba yo. Siempre la puse por delante de mí en todo, y sin duda lo seguiría haciendo, pero en esta situación pensaba que era incluso mejor para ella el hecho de quitarnos ese lastre, porque al fin y al cabo si yo estaba mal, no podría disfrutar de ella y eso nos acababa afectando a las dos.
Llevé a mis hermanos al colegio y di un buen rodeo antes de llegar a casa de Amelia. Había podido recuperar su piso anterior, el que tuvo que dejar cuando comenzaron las amenazas de Sebas y su padre. Al menos por esa parte estaba tranquila, podía darle un techo a su pequeño y lo que ganaba en el Libertad le solucionaba el mes haciendo muchos malabares, pero era cierto que ahora necesitaba algo más. Yo insistía en prestarle dinero, pero no había manera de que lo aceptara, así que se empeñó en buscar otro trabajo.
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Ella. Luimelia.
أدب الهواةLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.