El sosiego me dejó sentarme para disfrutar del resto del concierto como si no tuviese dentro de mí la pena más inmensa que había sentido nunca.
Cuando ella cantaba parecía que barría toda esa arena que se amontonaba en mi garganta y casi no me dejaba respirar. Yo ya sabía que la música era magia, pero es que en su voz era todopoderosa, era increíble como un par de notas fueron capaces de desatar el nudo de mi estómago.
Pero como siempre, sus conciertos eran para mí excesivamente cortos, y la vuelta a la realidad era dolorosa, cruel y repentina, como el silencio en algunas ocasiones.
La vi bajar de aquel escenario y el corazón me recordó que lo estaba haciendo por última vez. Ella también lo sabía. Sus ojos lo decían todo mientras hablaba con la gente. Estaba agradecida por recibir tanto cariño, pero tremendamente triste por no poder a vivir algo parecido en aquel lugar.
Entre admirador y admirador, miraba las paredes del local y sonreía. Seguro que recordaba cada momento vivido allí, o al menos cada momento bueno, que si nos poníamos a pensarlo, tampoco eran tantos.
Y yo estaba sentada en un banquito de la barra, justo en la misma posición que la primera noche que la vi, pero conociéndola como si de mí misma se tratase. La admiraba tanto como aquel día, eso no había cambiado, pero ahora conocía lo que escondían sus ojos, y eso me atormentaba.
Yo podría haberla hecho feliz y sin embargo, hice todo lo contrario. Ella llegó aquella vez con una ínfima esperanza de poder quedarse en su ciudad y vivir tranquila, pero no la dejaban, no la dejábamos...
Yo exigía demasiado quizás. Pasé de no tener nada a tenerlo todo, y quería aún más. Era una niña y una autentica ilusa que apenas había salido de las faldas de su madre. Sin embargo ella, ya había vivido demasiado y cuando me advertía de ciertas cosas, siempre tenía razón.
No dejaba de saludar al público y sabía que no tenía ninguna intención de acercarse a mí, así que continué sentada pensando qué hacer.
De repente, pude percibir su olor justo detrás de mí y segundos después su voz me lo confirmó. Hablaba con una mujer que era asidua a sus conciertos.
- Regálanos una última canción, anda – suplicaba amable la señora
- Bueno, está bien – contestó ella – voy a preguntarle a la dueña
Yo deseaba tanto como aquella mujer que volviera a subir al escenario.
Una parte de mí, casi inconscientemente, había asumido que aquella era la última vez que la escuchaba y que la veía cantar en directo y había separado por un rato la parte más personal. Ahora solo quería disfrutarla y volver a ser esa fan que acabó enamorada hasta las trancas.
Minutos después, pasó por mi lado y comencé a escuchar los aplausos del público. Se subió al escenario con su inseparable compañera y clavó su mirada en mí dedicándome una leve sonrisa.
No me dio esperanzas de nada, ni un motivo para intentar retenerla, pero si unos minutos de paz que aún recuerdo con mucha fuerza, pues no me quitó la mirada en toda la canción y yo me sentí la persona más afortunada del mundo.
Ven a radio madrugada
Si estás sola en la ciudad
Sin moverte de tu habitaciónConectando en la frecuencia
De las voces de la noche
Ponte el mundo de almohada
Soñarás mejorNo estás sola
Alguien te ama en la ciudad
No tengas miedo
Que la alborada llegaráNo estás sola
Te queremos confortar
Sal al aire
Cuéntanos de lo que vas
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Ella. Luimelia.
FanfictionLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.