Dos o tres segundos de ternura

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Era evidente que no podía salirme todo tan bien. La amenaza de Sebas me tenía muy nerviosa. Por suerte, esos días él estaba de papeleos y bastante ocupado, por lo que no me presionó como esperaba. Pero a pesar de todo, cada vez que cerraba los ojos, seguía viendo e incluso sintiendo aquel beso.

Me costaba creerme la situación en la que me encontraba. Tenía que tomar una decisión, casarme y salvar a Amelia, o vivir mi amor con ella en secreto y arriesgarme a perderla y a que volviera a sufrir. Y es que en la segunda opción tampoco podría evitar nada si Sebas se empeñaba en fastidiar. Solo podía lanzarme al vacío, esconderme e intentar protegerla, aunque fuera lejos de mi familia y de mi casa.

No era fácil, pero mis prioridades las tenía claras. Me negaba en rotundo a volver a verla en la cárcel.

Creo que lo más sensato era aceptar la boda con Sebas. Conociéndolo, haríamos una ceremonia por todo lo alto con muchos preparativos, y tendría un margen de tiempo para pensar en alguna solución.

Podría casarme con él y seguir viendo a Amelia en secreto, aunque fuese peligroso e insuficiente para lo que yo de verdad deseaba. Pero es que después de la boda nos iríamos de Madrid, y yo ya tenía claro que me negaba a pasar una vida con él, y encima, lejos de mi familia.

Después del entierro, aunque me moría de ganas, no vi a Amelia en un par de días. Necesitaba digerir todo, masticarlo y meterme en la cabeza que me hizo tremendamente feliz.

Sentir de repente algo tan diferente podía llevarme a negar mis sentimientos y cerrarme en banda a algo que realmente quería con todas mis fuerzas. Así que todo se hizo sitio en mi cabeza y pude confirmar la realidad. Estaba enamorada, ya no había marcha atrás.

Ese día había concierto en el libertad. Los nervios no eran los de siempre, eran más bonitos aun, pero también más desconcertantes. No sabía muy bien como enfrentarme a ella, como contarle lo que me pasaba y que, a pesar de todo, quería estar con ella y luchar por estar lo más tranquilas posible.

La mañana en el asturiano fue agotadora. Después de la hora de almorzar, cuando casi no quedaban parroquianos, me senté con mi abuelo en la cocina a comer algo mientras María se encargaba de la poca faena que quedaba.

- ¿Qué tal, charrita? Hace días que no me cuentas como estás

- Ya, abuelo... estoy pensando mucho ¿sabe?

- Sobre esa chica ¿no?

- Sí, aunque no hay mucho que sacar de ahí – sonreí y le miré – estoy enamorada – me encogí de hombros, negarlo es una tontería

- ¿Entonces?

- ¿Me promete que si se lo cuento no se va a hacer ninguna locura? – dije con la cabeza agachada

- No, no te prometo nada ¿qué pasa?

- Jolín abuelo, es Sebas... - me puse nerviosa y se me quitó el hambre de un plumazo – me ha dicho que, o me caso con él, o vuelve a meter a Amelia en la cárcel

- Valiente mal nacido... - mi abuelo apretó los labios como cuando estaba realmente enfadado - ¿Quién cree que es para amenazarte así? Me va a oír ese imbécil...

- No, abuelo, no – le cogí de la mano – no puede hacer nada ¿me oye? Ponemos en peligro a Amelia de esa forma

- Ya... - suspiró – y ¿Qué vas a hacer?

- De momento, decirle que me caso

- Pero hija, no puedes...

- Abuelo – le interrumpí - no puedo arriesgarme a que metan a Amelia en la cárcel otra vez, ya encontraré alguna solución antes de la boda – suspiré – espero...

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora