Frío

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- ¿Algo más?

- Pues mira, sí – me miró y se acercó – he estado pensando que antes de casarnos, tendré que comprobar algo

- ¿El qué? – intenté retirarme un poco

- Pues eso, comprobar que seríamos un buen matrimonio, ya me entiendes – se volvió a acercar a mí lentamente – los tiempos han cambiado, Luisita, tenemos que avanzar

Y que estuviera escuchando eso de él, me parecía increíble...

- No sé adonde quieres llegar, Sebas

- Pues a que nos tendremos que conocer mejor antes de dar el paso, a ver si eres una buena amante, Luisi. Ya hemos aguantado bastante ¿no te parece?

- ¿Me estás hablando de...?

- De acostarnos, de querernos bajo las sábanas, mi amor... - se acercó y me besó el cuello de repente y con una prisa que me dejó paralizada – yo estoy seguro de que vamos a funcionar muy bien, pero mira – me besó de nuevo y desabrochó un botón de mi camisa – ya que has venido a estas horas, vamos a hacerlo despacio ¿no? Voy a sacar un vino y nos vamos a mi habitación a tomarlo... no quiero agobiarte, quiero que disfrutemos los dos... Tengo tantas ganas...

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Las intenciones de Sebas no cesaron en ningún momento de la noche, a pesar de que estaba segura que podía percibir en mis ojos el miedo. Me conocía lo suficientemente bien para saber que no estaba nada cómoda. 

Lo preparó todo para ambientar la habitación y estaba dispuesto a cumplir su amenaza, eso sí, con una falsa delicadeza que me inquietaba. Llegamos a encerrarnos allí, con un par de copas de vino, la cama medio deshecha, sus ganas, y mi miedo.

Por suerte, unos minutos después, justo cuando se decidió a dar el último sorbo a su copa y soltarla en la mesa de noche para atacar los botones de mi camisa, el timbre sonó repetidamente.

Él refunfuñó y se decidió a ir a abrir, su cara reflejaba la preocupación y por tanto, la posibilidad de que fuese su padre el que estaba al otro lado de la puerta.

Efectivamente así era. Aquel hombre tan enorme atravesó la entrada de la casa con la mano sobre su pecho y totalmente ahogado. Había vuelto de su viaje antes de tiempo y en el tren se empezó a encontrar mal.

Yo conseguí escaparme de allí con un temblor en las piernas que casi no me permitía caminar con firmeza. Solo me apetecía llegar a casa y acostarme en mi cama con la seguridad de que, con mis padres cerca, no iba a pasarme nada.

Esa noche me había librado, pero si seguía con la idea de dorarle la píldora a Sebas para proteger a Amelia, algún día acabaría siendo presa de sus deseos, y no había idea que en ese momento me diera más asco.

Al llegar a casa, vi la luz de la cocina encendida. Supuse que mi abuelo se había levantado a por su vaso de leche nocturno. Entré y él me miró fijamente sin mencionar palabra.

- Hola Charrita ¿todo bien? ¿Cómo está Amelia?

- ¿Ya os ha contado María?

- Sí, vino esta tarde a contarnos

- Pues yo vengo de casa de Sebas, Abuelo, no sé cómo está Amelia, ahora pensaba llamar por teléfono – dije en voz baja – voy a comerme un yogur y después de la llamada me voy a la cama, que descanse – dejé un beso en su mejilla y él me agarró del brazo antes de que yo me diese la vuelta

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora