Todo cambia

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Y como dice Sabina, la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. No me quitaba de la cabeza la idea de que unos cuantos pobres desgraciados me escucharan cantar, a mí, y a capella. No sé aún como fui tan osada.

Pero me quedé tan a gusto...

Amelia pasó un par de días más en el hospital y las visitas se las hizo Quintero. El juicio estaba al caer y necesitaba darle algunas pautas para librarse de la prisión.

Yo continuaba nerviosa inevitablemente.

Aquella mañana se me pasó sorprendentemente rápido. Teníamos muchos parroquianos y no paré ni un instante. A la hora de comer, quise subirme a mi casa, pero no sabía que algo me lo impediría.

- ¿Sebas? ¿Qué haces aquí?

- Necesito hablar contigo, Luisi, es muy importante

- ¿Ahora? Iba a comer, Sebas... y ya te dije que...

- Ya, ya... lo sé, pero lo que te tengo que decir te va a gustar, he reflexionado, Luisi

- ¿Cómo?

- Te invito a comer en el centro y te cuento ¿te parece?

Resignada, acepté. Su confesión me causó mucha intriga. No intercambiamos una sola palabra en el camino al restaurante.

Él retiró mi silla para que me sentara. Nunca había caído en lo rancio que me parecía ese gesto. Ahí pude darme cuenta de cómo estaba cambiándome toda esta situación.

- Luisi, sé que lo de mi hermana te molestó mucho. Supongo que todas esas ideologías de tu hermana María han hecho mella en ti, aunque no conocía esa faceta tuya...

- Pues ya ves, hay cosas que me parecen injustas y ya estoy harta de callarme

- Por eso, y porque no quiero perderte también, he recapacitado y he pedido que retiren la denuncia contra Amelia, así que saldrá de prisión hoy mismo

Mi cara debió de tornarse de un estado a otro en muy pocos segundos porque Sebas me miró extrañado.

- Aun no entiendo porque te alegras tanto, parece que conocieras a mi hermana – dijo confuso

- Me alegro porque me gusta mucho que hayas recapacitado, sabía que no me ibas a fallar – improvisé – y aunque no la conozca, me alegro por tu hermana también. No merecía tanto dolor... y escucha ¿vas a hacer las paces con ella?

- No Luisi, no me pidas tanto

- ¿Por qué? No entiendo... si has reflexionado etenderás que lo que has hecho repudiando a tu hermana es muy injusto y cruel

- Eh... sí, claro – se puso nervioso - pero Luisi, hay muchas heridas abiertas, es muy difícil reconciliarnos

- Bueno, podéis intentarlo

- Eso ya se verá con el tiempo, pero no lo creo cariño. A mí solo me interesa si podemos reconciliarnos tú y yo

Le miré, y aunque seguía sin sentir nada especial, volví a confíar en él. Además me sentí orgullosa de hacerle cambiar de idea en algo tan delicado y sobre todo, teniendo en cuenta que jamás escuchaba mi opinión.

- Sí – agarré su mano – te lo has ganado – intenté retirarla, pero él me agarró fuerte - ¿qué haces?

Sacó algo de su bolsillo, yo ya me temía lo peor.

- Vamos a casarnos, Luisi – colocó un anillo antiquísimo y horrible en mi dedo – quiero que seas mi mujer

- Ay... qué... brillante – dije mirando mi mano

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora