Faltando un pedazo

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No voy a negar que, posiblemente, los viajes en tren me iban a gustar un poco menos desde que tuve tantas pesadillas en aquel trayecto Madrid - París, pero, a pesar de eso, el de vuelta a casa fue precioso.

Amelia reposaba parte de su costado en la ventana y tenía los ojos cerrados. De repente la pude ver con ese gesto que había visto tantas veces en mi madre: descansaba, pero estaba siempre alerta. Llevaba a Gastón en brazos, que dormía como un bendito. Parecía que realmente se necesitaban, que se echaban de menos. El pequeño había cogido una postura que se amoldaba perfectamente al cuerpo de Amelia y esta, lo rodeaba fuerte con sus brazos. Ahora tenía la oportunidad de protegerlo y yo estaba segura de se dejaría la piel por evitarle cualquier peligro.

En definitiva, la imagen era digna de ser pintada al óleo, preciosa y entrañable.

Una mujer que había luchado como la que más y que en su rostro quedaba aún el desaliento y las marcas que deja el miedo. El ceño fruncido como mecanismo de defensa y la sonrisa triste como arma incapaz de perder una batalla. Esa misma mujer que yo ya no podía imaginarla siendo aún más fuerte, se volvió de acero. Cuando ese niño la abrazó, mudó su piel y ahora era indestructible.

Y en una misma estampa era capaz de ver todo eso. La belleza, la fuerza, el amor, la protección, la familia...

La familia.

La imagen que no podía dejar de mirar me traía esa palabra a la cabeza y me enamoraba y me asustaba casi a la par. ¿Qué papel tenía yo ahí? ¿Había un papel para mí? ¿La familia eran ellos dos? ¿O éramos los tres?

No puedo negar que ahora todo era incierto y me aterraba la idea de que no hubiese un hueco para mí. Sé que en el corazón de Amelia había sitio de sobra, pero también sé que en una relación con una mujer, su vida iba a ser mucho más peligrosa, y eso era innegable.

- Luisita, cariño – Amelia se colocó mejor en su asiento - ¿te importa cogerlo un momento? Necesito ir al baño

- Claro – tragué saliva intentando alejar los pensamientos negativos y cogí al pequeño, él se vino sin rechistar y se acurrucó en mi pecho

Amelia se quedó mirándome con una sonrisa preciosa y yo giré la cabeza tímida.

- Que foto más bonita – susurró y consiguió que se enrojecieran mis mejillas

- No extraña a nadie ¿eh? – cambié de tema – qué alegría de niño

- No, el pobre habrá pasado por tantos brazos... – dijo acariciándole el pelo – y a ti se te dan muy bien los niños, Luisita, es normal que no te extrañe, sabes cogerlo hasta mejor que yo

- No digas tonterías – la miré y volví a quedarme paralizada en su sonrisa - ¿tú no ibas al baño?

- Sí – rio – ahora vengo

El pequeño al ver que su madre se marchaba, me miró un poco desconcertado y yo solo supe dedicarle una sonrisa y decirle un "ahora viene" muy bajito e inseguro, pues imaginaba que no me entendería.

Pero ante mi asombro, él se recolocó y volvió a acurrarse en mí. Parecía a gusto en mis brazos y a mí me encantaba esa sensación.

Nunca había soñado con casarme, ni con tener un marido guapísimo e ir de su brazo por el retiro, que era lo que las chicas de mi edad solían soñar. Pero sí que había soñado mil veces con ser madre. Me encantaban los niños. En mi casa los había de todas las edades y yo, junto con mi hermana María, era la que más los había cuidado y sufrido.

Tener a Gastón entre mis brazos me hizo afianzar ese deseo. También me entristeció pensar que, si quería pasar toda mi vida con Amelia, no podría serlo nunca.

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora