En esos instantes, más que el miedo, me superó la rabia. Era increíble como nada nos podía salir del todo bien nunca. Y es que sabía de sobra que era él, no tenía ninguna duda.
Me incorporé y miré a Amelia con mucha serenidad. Ella estaba un poco más nerviosa e inquieta, pero mantenía la calma mientras se tapaba con una rebeca.
- Escóndete en el almacén – dije susurrando y dejé un beso corto en sus labios – y tranquila
- Ni hablar – sentenció
- Amelia...
- No, no intentes convencerme. He dicho que se acabó, que ya está bien de que me protejas tú siempre, voy a plantarle cara de una vez a ese animal...
Ella se dirigió convencida a la puerta mientras yo la observaba entre admirada y asustada.
- Amelia, por favor
La Amelia que conocí ese día era totalmente nueva para mí, pero me encantaba tanto como la dulce y la frágil. Esa pasión y esa rabia eran propias de alguien que había tenido que luchar mucho, y estaba convencida de que existía esa parte suya, pero hasta ese momento, no pude comprobarlo.
Desde que la conozco, solo había demostrado esa fortaleza en silencio, aguantando como una campeona todo lo que, injustamente, le estaba llegando. Pero hasta ese día no logré ver esa actitud de guerrera, ese enfado, esas ganas de terminar con tanta injusticia.
Y es cierto que el hecho de que sacara las uñas por mí, me hacía sentirme especial. Me confirmaba una vez más que yo me había convertido en alguien importante en su vida, algo que parecía evidente a estas alturas, pero no terminaba de creerme.
La vi abrir la puerta decidida y el corazón se me subió a la garganta con una velocidad vertiginosa.
Efectivamente no nos equivocábamos, Sebas entró hecho un energúmeno y agarró violentamente a Amelia del cuello.
- ¿Dónde está? ¿Dónde coño está? – preguntó gritando
Yo corrí hacia él dándole un empujón para que se retirara de Amelia y esta se sentó en el suelo con un ataque de tos.
- ¿Estás bien? – en ese momento casi ni me importó que él estuviera ahí
Ella asintió mientras sentí como me tiraban con fuerza del brazo haciéndome daño.
- Sebas, suéltame, por favor...
- Vámonos a casa
- Ella no se va a ningún sitio contigo – dijo Amelia con un hilo de voz y levantándose con dificultad – a ver cuándo te enteras que el mundo no gira a tu alrededor y que no puedes imponer tu voluntad a tu antojo
- Cállate – amenazó él
- No me voy a callar, Sebas, ya llevo mucho tiempo callada. Luisita no te quiere y no la vas a obligar a estar contigo
- Ah ¿no? – Rio sarcástico – Luisi, cariño, dile que es lo que le espera si no estás conmigo – preguntó con un toque de cabeza señalándome
- Sé de sobra lo que me espera, pero no tengo miedo Sebas, ya no... - esa expresión suya cuando estaba enfadada a la par que serena, me parecía increíble – denúnciame si quieres – se encogió de hombros – si así eres feliz, adelante. Pero recuerda que yo estaré entre rejas con la certeza de que, cuando salga, me esperará la gente que me quiere, sin embargo tú te vas a quedar solo, simplemente tendrás la satisfacción de haber cumplido tu amenaza ¿te merece eso la pena?
- Sí, verte encerrada siempre me merece la pena
- Pues adelante, hazlo, llévame tú mismo a la comisaría y date el gustazo – ella le ofreció sus manos y yo entré en un ataque de pánico terrible – pero eso sí, a Luisita la dejas tranquila, o te prometo que cuando salga, me van a volver a encerrar por otros motivos
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Ella. Luimelia.
FanfictionLas cuatro paredes del libertad 8 son testigos de canciones, ideas e historias que aún deben estar escondidas.