Esos locos bajitos

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Salí del portal y la plaza de los frutos estaba oscura, como jamás la había visto. Unos gritos me sorprendieron. Giré la esquina y era Amelia, arrodillada y desconsolada dando voces de auxilio.

- ¡Mi niño! ¡Devuélveme a mi niño! – casi no se la entendía

Unos pasos más allá, Sebas, con unas pintas terribles, tenía un bebé en brazos y una pistola en la otra mano.

- No os acerquéis, que disparo

El pulso le temblaba y algo dentro de mí sabía que acabaría apretando el gatillo y alcanzando a Amelia.

Yo intentaba acercarme y gritar, pero una fuerza extraña me sujetaba.

- Luisita, Luisita, cariño...

Abrí los ojos por segunda vez en ese avión. Por suerte su gesto y sus caricias siempre me tranquilizaban.

- ¿Cuánto queda para llegar? – dije masticando las palabras y acurrucada en su hombro

- Un ratito aún, mi vida – acarició mi pelo y besó mi cabeza - ¿era otra pesadilla?

- Si, Amelia – me quejé – no sé qué me pasa

- Serán los nervios – sonrió – ven aquí – Levantó su brazo para que yo me acomodará mejor y me abrazó poniendo su boca muy cerca de mi oreja – te voy a cantar un poquito – dijo susurrando e hizo una pausa

Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar

Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha

Ay, mi amor, que me desvela la verdad

Entre tú y yo, la soledad

Y un manojillo de escarcha

Era increíble cómo hasta susurrando sabía afinar a la perfección y conseguía ponerme la piel de gallina. Su voz me provocaba paz, tranquilidad y me sacaba las preocupaciones de la mente durante un rato. Y lo mejor es que ella sabía que era así.

- ¿Más tranquila? – Sonrió mientras me miraba de esa forma que me derretía – ya mismo llegamos

- Lo que es increíble es que tu estés tranquila, Amelia

- Supongo que no lo estoy, pero tampoco soy de exteriorizarlo, ya lo sabes – suspiró – estoy concentrada en todo lo que tengo que hacer antes de ir al hospicio

- ¿Qué tienes que hacer?

- Pues gestiones, Luisita. Tengo que hablar con un amigo para que venga conmigo y hacernos pasar por un matrimonio

- ¿Eso es necesario? – dije levantando la ceja

- Sí, cariño – rio ella – pero tú puedes venir y decir que eres mi hermana, o la hermana de mi marido, así no tienes que quedarte fuera

- Ya... - refunfuñé

- No te enfades, Luisita – me acarició el brazo – es un trámite, además, mi amigo está casado

- Pues verás la gracia que le hará a su mujer – volví a soltar con un tono un poco reticente

- A su marido en todo caso – me miró atenta para ver mi reacción – pero te aseguro que no pondrá ninguna pega

- Ah que es... - relajé el tono – como nosotras

- Sí, pero aunque no lo fuera, Luisita – se giró un poco para tenerme frente a frente - ¿De verdad tendrías miedo de algo, cariño? – soltó una carcajada – si a mí me gustan las mujeres

Ella. Luimelia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora