—Hijo, ¿que te sucede?
Katsuki maldijo para sus adentros apenas escucho la dulce voz de su padre venir de la cocina. Se suponía que aún no debía estar en la casa, ¿que hacía ahí? De haberlo notado no hubiera aventado su bolso contra el piso y no se habría tirado como costal de papas en el sillón de la sala.
Los ojos cafés de su progenitor le miraban con preocupación y él solo pudo bufar en respuesta. Masaru sabía distinguir cuando algo le pasaba en serio y cuando solo andaba molesto por algo habitual. Una habilidad odiosa para él y su madre que nunca lograban que el castaño les dejará en paz una vez descubría que estaban pasando por un mal momento.
En sí, la salida más fácil era la sinceridad.
—Tuve un día de mierda —resumió el cenizo —Un maldito día de mierda.
No era necesario decir todo lo que había pasado. Y tampoco tenía deseos de hacerlo. Con esclarecer porque estaba enojado e irritado era suficiente para su padre que tomo lugar a un lado suyo en silencio.
—Hoy salí temprano porque hubo una remodelación en las oficinas —comento con tranquilidad —El ruido era muy fuerte y considere apropiado dejar a los empleados irse mientras los obreros trabajaban. Tenía pensado quedarme pero al final volví.
El cenizo asintió lentamente. Su padre era abogado. Un buen y reconocido abogado que pese a ser un demonio en la corte era muy amable en la vida real. Era conocido por llevar casos contra la trata de personas, narcotráfico y prostitución. E incluso algunos extranjeros habían querido llevarse al hombre de Japón para que trabajará para ellos en pos de las personas desprotegidas. Pero Masaru se negó diciendo que su lugar era el país nipón y que no lo dejaría por nada.
Porque ahí estaba su familia.
El castaño siguió comentando un par de cosas vagas que ayudaban al cenizo a relajarse y hacían que contestara en vez de asentir todo el tiempo como muñeco. En el momento propicio, el mayor se levantó del sillón y le indicó a su hijo que iría a tomar un baño. Que si quería podía iniciar a hacer la cena o esperar a que él volviera para hacerla.
Katsuki entendió que Masaru le dejo una tarea para que tuviera algo con lo cual disipar el poco enojo que le quedaba y apenas el mayor salió de la sala, él se dirigió a la cocina. Saco un par de ollas y alimentos para hacer un estofado de carne y vegetales.
Mientras picaba las cebollas y sentía los ojos llorosos, pensaba en cómo había sido salvado y protegido por Sero. Además que todavía trataba de imaginar a Kirishima y Midoriya tomando venganza por él. No era difícil imaginar al pecoso —una parte de su amigo de la infancia era bastante sádica— pero le costaba ver a el pelirrojo en ese estado.
El sonido del cuchillo y la rapidez con la que hacía las cosas facilitaba que no se enojara. No obstante, que pudiera olvidar era algo distinto.
El cenizo era rencoroso. Muy rencoroso. Pero como ya esos idiotas habían recibido su merecido —y más, seguramente— no le quedaba mucho por hacer al respecto y eso también le enojaba, ¡encima quedó en deuda con Todoroki! Bueno, con el hermano de Todoroki que fue a salvar su trasero.
Ugh, como detestaba eso.
Sin embargo, con el que tenía la mayor deuda era el azabache. Por eso le dio las gracias en la heladería, algo que le costó horrores y que no quería repetir en un tiempo. Lo malo de ello era que no le parecía suficiente.
¿Un gracias bastaba para que supiera lo que significó todo lo que hizo por él? Lo fue a buscar, llamo a Kaminari, se quedó a su lado, lo protegió y no dio índices de dar marcha atrás aún cuando fueron rodeados de más personas.
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Un interés inesperado [SeroBaku]
FanfictionSero Hanta no entendía nada de nada. Y para su desgracia la única persona que podía ayudarlo era la causa de sus problema, Bakugou Katsuki. Así que sus únicas opciones eran preguntarle a Kaminari, Kirishima o Ashido porque cada vez que veía al ceniz...