13. Un cumplido

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Todo es un caos.

Efectivamente logré acercarme al novio de Lidya, fingir que no sabía quién era y mostrarle la fotografía mencionando que el pobre idiota era un tremendo cornudo, en lo que no me fijé era que el chico a su lado era el de la foto. El engañado golpeó al otro enviándolo al suelo, me quedé paralizada viendo la sangre salir de la nariz del muchacho y Alicia intentó alcanzarme, pero se formó una pelea de todos contra todos donde ella terminó cayendo al suelo y alguien derramó su trago en mi camisa.

Me empujan por la espalda provocando que caiga al suelo de rodillas, chillo adolorida y gateo hacia Alicia tratando de tomar su mano, ambas, como si de bebés se tratara, avanzamos a cuatro patas por el césped lleno de vasos de plástico y colillas de cigarro, al llegar a la mitad del camino veo a Tomy mordiendo una botella de plástico vacía y pasos más allá Charlotte ha derramado la pintura sobre los rosales blancos, el pórtico e incluso el auto de los padres de Lidya. Alguien pisa mi mano haciéndome gritar, Alicia se queja cuando otra persona cae parcialmente sobre ella y casi arrastrándonos salimos de la guerra de Troya que se armó en esta casa, de soslayo veo a Lidya gritar histérica mientras zapatea con los ojos llenos de lagrimas.

Me incorporo, con la mala suerte que una chica borracha tropieza chocando de frente conmigo y ambas caemos en uno de los charcos de pintura amarilla sucia, gritamos al unísono cuando el espeso líquido mancha nuestra ropa, piel y, en su caso, cabello, la empujo con las manos cuando veo que la borrachera no va dejarla ponerse de pie, Alicia me da la mano ayudándome a volver a estar derecha y corremos torpemente hacia Charlotte que nos espera, muerta de la risa, junto a Tomy y la botella vacía.

—Oh por Dios —dice Alicia quitándose los lentes de sol, con una expresión de pánico impresa en su lindo rostro.

—¿Qué esperan? Corran, corran —nos empujó Charlotte, tomando la correa de Tomy quien sujeta la botella que ahora veo es de agua mineral y todos corremos varias calles sin detenernos.

Cuando llegamos al edificio tengo tantas ganas de reírme que no puedo aguantar más, Alicia que, a pesar del sol y la carrera, sigue vestida como si estuviera en el polo norte tiene manchas de lodo y licor en la ropa, el cabello lleno de hojas y salpicaduras de pintura azul, Charlotte ha dejado caer pintura de varios tonos sobre sus zapatos y manos y su está roja por la carrera además de tremendamente despeinada. Yo estoy peor, la peluca carmesí está llena de pintura en color amarillo al igual que mi camisa, parte de mi short y piernas e incluso las bailarinas en mis pies, además estoy sonrojada por el esfuerzo y tengo olor a alcohol barato revuelto con pintura.

Las risas son tan estridentes que tengo que sentarme en la acera y sujetarme el estómago, Charlotte se deja caer de manera pesada a mi lado riéndose ya sin aire y en pocos segundos Alicia sigue nuestro comportamiento, en algún punto nos detenemos un segundo para tomar una fotografía donde incluso Tomy sale sujetando su botella, después con solo cruzar miradas volvemos a estallar en carcajadas.

Lo mejor del mundo son momentos específicos: cuando estás riendo junto a las personas importantes para ti con tanta fuerza que no eres capaz de detenerte, sientes dolor en el estómago y la espalda por la fuerza que usas para liberar las carcajadas, los ojos se te llenan de lágrimas que escapan felices y sientes que el aire te falta.

Ma imagino que parecemos locas de remate al estar a un lado de la calle, ahogadas de la risa, junto a un perro salpicado de pintura que muerde una botella ladrando cuando ve que no puede romperla, un auto frena junto a nuestra ubicación y aunque lo reconozco y reconozco a los ocupantes soy incapaz de parar de reír.

—Dios mío, no tengo aire —me quejo tratando de calmarme mientras me abanico el rostro con las manos.

—¡Lo hicimos! —grita Charlotte echando la cabeza para atrás —¡Somos lo mejor!

—¿Katania? —la voz de Sergio llama nuestra atención, tomo bocanadas de aire para calmarme y asiento con la cabeza —¿Por qué la peluca?

—¿Peluca? —por un momento estoy desubicada y luego recuerdo mi vano intento de verme pelirroja para pasar desapercibida en la fiesta de cumpleaños de Lidya —¡Ah! ¡La peluca!

Y Charlotte vuelve a estallar en carcajadas al ver la peluca barata que compramos en una tienda de disfraces.

—¿Están borrachas? —pregunta Damien, con el ceño fruncido.

—No tomamos ni una sola gota, lo prometo —levanto las manos como si eso remarcara el punto —alguien derramó su trago en mi camisa.

Mi mano viaja a la peluca y la tiro para separarla de mi cabeza, mi cabello castaño está totalmente limpio de pintura, sujeto por detrás en un pequeña coleta con una liga rosa, sonrío hacia Damien que no puede evitar rodar los ojos ante la tremenda imagen de loca que tiene justo en frente.

—¿No tienes calor? —le pregunto a Alicia haciendo referencia que sigue con mi suéter puesto pese a que es pleno medio día.

—Que vergüenza —dice la morena, sonrojada al darse cuenta de su apariencia, está apenada mientras que a Charlotte le da igual y yo ya me acostumbré a pasar vergüenza delante del chef.

—Yo perdí mi dignidad desde el primer día que conocí a este hombre —menciono poniéndome de pie con la peluca en una mano y la sonrisa alegre en mi rostro —¿No me tienes miedo? Que vergüenza paso cada vez que me ves.

—Eres inofensiva, pequeña abeja —dice el rubio sonriendo levemente, está de pie a solo dos pasos de mi así que debo levantar la cabeza para verlo a los ojos.

—Tienes unos ojos preciosos —me sincero en un susurro y aunque me sonrojo por ser tan indiscreta no aparto la mirada, siempre suelo decir lo que siento o pienso en voz alta, aunque a veces eso me mete en líos.

—Tu eres preciosa —responde después de algunos segundos, apenas audible para mis oídos pero no para los de los demás.

Totalmente sonrojada vuelvo a sonreír.

Dulce CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora