Cuando yo era solamente una adolescente, intentado descubrir los pequeños detalles de mi propia personalidad, y estaba aún en el colegio, tenía una profesora muy amable para filosofía, su nombre era Francy, una mujer joven que amaba con pasión su trabajo pese a la paga tan baja que tienen los educadores en esta zona del globo terráqueo, ella solía decirnos, en casi todas sus clases, que siempre debíamos preguntarnos "el porqué del porqué", mi tía Monett le dijo una vez, en una entrega de notas al final de un semestre, que no me dijera más esas cosas del tipo inspirador porque ya era bastante difícil hacerme callar por más de tres minutos consecutivos sin ayuda extra.
Obviamente la profesora Francy no dejó de decirme sus frases hilarantes para sentarme a pensar y mi pobre tía Monett siguió aguantando mi ruidosa y colorida manera de existir.
Con los años, solo cambió mi estatura y mi corte de cabello, pasé a medir un metro con sesenta y nueve centímetros, exactos, y tía Monett me recortó el cabello sobre los hombros, hace algún tiempo, después de que me quejara en voz alta sobre lo irritante que era mantener trenzada la larguísima melena castaña, la verdad es que me gusta más tener el corte de Dora la exploradora, es práctico, así puedo salir corriendo por mis llegadas tarde y sin que se note tanto que no saludé al cepillo para el cabello después de levantarme. En cuanto a mi personalidad, seguí siendo la misma colorida, ruidosa y curiosa, sin embargo, he de admitir que la Katania de la época del colegio era muy sociable y activa, hablando todo con todos, ahora mismo mis únicos amigos son el novio de mi tía y mi perro, lo que podría considerarse levemente patético si lo analizamos a fondo, pero eso no debería ser necesario, en mi opinión.
El edificio donde vivimos está ubicado en un vecindario de clase media, los vecinos han sido, en su mayoría, los mismos de siempre, pero a veces se ven rostros nuevos deambulando por los estrechos pasillos, el lugar generalmente tiene aroma a ambientador de limón y con el tiempo uno consigue acostumbrarse, es agradable. Solo cinco plantas, compuestas cada uno por tres departamentos, el dueño y portero vive en una pintoresca casa con un precioso jardín, justo al lado del edificio, con su dulce esposa.
Monett y yo vivimos en la tercera planta del edificio, en el departamento número cuatro. Mi tía lo compró cuando cumplimos el primer año viviendo allí y pintamos las paredes de un lindo color azul cielo para celebrar la ocasión. Suelo estar sola durante las noches, tía Monett tiene una pequeña cafetería en el centro de la ciudad que funciona veinticuatro horas, los siete días de la semana, así que cubre los turnos nocturnos en su mayoría, yo trabajo con ella cada que puedo, más por ayudarle que por el salario que pueda darme.
Mi rutina de las noches cuando estoy sola es, básicamente, exprimir mi energía vital en hacer trabajos académicos para la universidad, o bien, solo acomodarme en el sofá gris de la sala con una manta vieja, un tazón de palomitas de maíz y la compañía de mi perro, mientras la televisión proyecta algún maratón de una serie que, se supone, estoy demasiado mayor para ver, mi nivel de inquietud llega hasta el punto en el que estoy acostada al revés sobre el mueble, con las piernas dobladas en el espaldar y la cabeza colgando del borde, haciendo que la imagen de la pantalla quede invertida en mi perspectiva.
Alguien toca la puerta del departamento, haciendo que Tomy levante las orejas, atraído por el ruido, miro hacia el pasillo como si de esa manera pudiese saber quién está solicitando mi atención, a las diez de la noche, de un miércoles. Me enderezo cuando vuelven a tocar y mi perro ladra, me siento mareada por un momento porque la sangre se había ido a mi cabeza, frunzo la nariz por la desagradable sensación y me pongo de pie.
El suelo está helado, pero no me molesto en buscar mis sandalias y camino descalza por el corto pasillo, hasta la puerta de madera blanca, sintiéndome segura porque el edificio tiene guardia de seguridad y adivino que es uno de los vecinos, necesitando una mano con alguna cosa, abro la puerta sin detenerme a consultar quién está al otro lado.
¿No les pasa que cuando salen a la calle super arregladas y sintiéndose divinas no se encuentran a nadie, pero si salen en pijama, despeinadas y con pantuflas, entonces se les cruza el príncipe de Inglaterra y tres vengadores?
Bueno, eso sentí cuando abrí la puerta y un rostro desconocidamente apuesto apareció en el pasillo, el hombre debía tener alrededor de veinticinco o tal vez un poco más, tenía el cabello rubio oscuro y los ojos color whisky, debí alzar la cabeza para poder hacer contacto visual, pero a pesar de que la única iluminación venía de la bombilla amarillenta en el techo del pasillo, pude ver claramente sus músculos, a través de la tela de la camisa, este hombre se ejercita, sin duda alguna.
-Buenas noches -saluda y mis hormonas de ya-no-adolescente revuelven con fuerza mi estómago, causando un hormigueo, me repito mentalmente diez veces que una cara bonita no es más que una cara bonita.
Con un cuerpo para babear.
Que tampoco es que eso se pueda negar.
-Hola -saludo, sintiéndome tonta porque de todos los saludos del mundo mi boca soltó el más informal y bobo que existe, ¿Hola? ¿Enserio dije eso? ¿Cerebro? ¿Ya te dormiste?
-Soy Damien, me acabo de mudar al departamento número cinco y mis cosas no han llegado en totalidad aún, ¿Crees que podrías ayudarme con un poco de azúcar? -su voz es varonil y si Monett estuviese aquí, seguramente no estaría disimulando ni un poco lo atractivo que es a la vista este pedazo de hombre.
-Soy Katania, entra, por favor -no se me ocurre decir nada más, pero al menos no tartamudeo o me quedo viéndolo como estúpida, al entrar a la sala de estar, Tomy levanta la cabeza y solo se escucha de fondo la cancioncita final de Star vs las fuerzas del mal, de Disney.
Si, muy madura la universitaria de diecinueve casi veinte años.
Obvio.
Tomy es un perro criollo de tres años, mide lo mismo que mediría un pastor alemán, pero tiene el pelaje dorado y los ojos del mismo color de la miel, muy claros, que resultan preciosos a la vista, yo lo rescaté de un basurero cuando aún no había abierto los ojos, alguien seguramente pensó que al no ser "de raza" su vida no tenía valor. El mueve la colita, mientras me persigue hasta la cocina, yo me encargo de buscar una bolsa de azúcar sin abrir, para darle al nuevo vecino, mientras veo de soslayo a Damien, quien analiza, disimuladamente, las fotografías colgadas en la pared, cuyas posiciones hacen que sus estén formando un corazón.
De repente la rutina diaria nocturna empieza a parecerme aburrida, interrupciones así no se sienten tan mal.

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Dulce Caos
RomanceDamien Montenegro es un chef reconocido, dueño de un restaurante importante de la ciudad, cuando se muda a un pequeño edificio de apartamentos lo último que espera es cruzarse con un huracán como Katania Faradhay, una universitaria siete años menor...