27. Perderé Una Noche De Mi Vida

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Día 14: Pretemporada

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Día 14: Pretemporada

A la mañana siguiente ya estaba preparada mentalmente para tener un enfrentamiento con... la máquina de café. Ya sabía que decirle, que no decirle y como no perder los nervios.

Pero cuando entré en la cocina me encontré con que ya había sido tomada. Puse mis manos en mis caderas y le di una mirada de reprimenda a Michael.

- ¿Qué haces despierto, señorito?

Él levantó sus ojos cafés de dónde se había estado amarrando los cordones de sus zapatos con su mano buena, su mirada divertida me miró de arriba a abajo más entretenido que preocupado por el regaño y para nada impresionado con verme lista para salir. Zeus, que estaba en el hueco de su codo mordisqueando una crocreta más grande que su diminuta cabeza, me ladró alegremente.

- Buenos días, cer - él sonrió mostrándose mucho más sereno que los últimos días, su rostro siempre cambiaba cuando sonreía- Hoy empiezo con la terapia.

Le devolví la sonrisa dejando caer las manos a mis costados.

- Lo sé, pero creí que hasta la diez.

- Pedí que lo adelantaran - se levantó y fue hasta donde una lonchera y dos termos de café listos para llevar, me tendió a Zeus y luego indicó hacia la puerta - Nuestro desayuno, ya podemos irnos.

Parpadeé dejándome empujar hacia la puerta, Zeus incluido.

- ¿Hacia donde exactamente, hombre?

- Al lugar de Forbes - se detuvo e hizo una mueca - No vamos a dar vueltas y fingir que no vas a la cueva del lobo todas las mañanas, caperucita.

Me reí.

- Bueno, por el momento no me ha comido pero no por falta de entusiasmo - bajamos por el viejo ascensor que se sentía como entrar en el cuarto de congelación de una carnicería, no ayudaban los ruidos extraños que hacía. Zeus gimió y lo apreté más contra mi chaqueta. Michael me lanzó una mirada - Él me gusta, cuando no está mostrando cuán largo son sus dientes. Y y creo que le gusto.

- Yo sé que le gustas, pequeña.

Su sonrisa se profundizó, haciendo que mi pecho se calentara y retorciera en un saltito alegre. Porque creerías que viviendo toda mi vida alrededor de grandes mastodontes gruñones estaría resignada a no recibir sonrisas de sus rostros rudos, pero yo seguía esperandolas. Sonrisas. Risas. Expresiones suaves. Y aunque una sonrisa era un arma de doble filo, podrías expresar alegría pero también crueldad. Podrían estar llenas de luz o frialdad.

Las de Michael siempre habían sido llenas de suavidad y sinceridad, uno de los pocos recuerdos que tenía de esa fatídica noche en que nos conocimos es que él me había sonreído amplia, limpia y amablemente cuando sentía que toda la humanidad era una peste. Él se había puesto frente a mí y dicho: mírame, no todo es malo.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora