6. Anotación

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Había dormido dos noches en el sótano, encima de dos sillas que asemejaban ridículamente un sofá. Y todo por Lara Loan.

Lara, con sus preguntas tempestivas, su ingenio viperino y bonito rostro me hacía querer cosas que me había negado por meses. Hacía que la vida se viera sencilla y llena de luz, la felicidad se sentía a tan solo un soplo.

Pero después estaban los remordimientos como una cuerda alrededor de mi pie, apresándome. Lara no se había equivocado al llamarme egoísta, lo era, así como también era un cobarde infeliz desgraciado. Como le había dicho, solo era cuestión de tiempo para que la mirada adoradora se extinguiera.

Al medio día, finalmente decidí salir de mi exilio autoimpuesto pero no encontré ni rastro de ella.

Esa muchacha lunática no podría ser tan temeraria como para lanzarse al lago, sola. No, definitivamente no. Era un ser razonable.

Aunque ya lo hubiera hecho antes.

Maldición.

Miré alrededor​, sin llegar a observar un vistazo de la chica, la desesperación me llevó a correr hacia la derecha, hacia el lago. Ya luego pensaría sobre la razón de esos irracionales sentimientos.

Y allí estaba ella.

Su cabello negro cayendo alrededor de su rostro, con las mejillas pálidas, sus labios y nariz sonrosados por el frío.

Y un balón de fútbol en sus manos.

No recordaba haberme sentido nunca tan aliviado y furioso al mismo tiempo, quizás sólo cuando Wayne se había lanzado a correr en la yarda veinte para el juego de campeonato y se había lesionado una rodilla. El idiota estuvo sonriendo y aceptando alagos desde su cama de hospital.

Ella no estaba en el fondo del lago como había temido, ni tampoco se había ido sin más. Estaba cerca, sana y salva, con una sonrisa en los labios mientras los canes saltaban a su alrededor.

- Lara - rugí desde el fondo de mi pecho.

Ella se giró hacia mi perdiendo su sonrisa, cruzó los brazos sobre su pecho y levantó la barbilla.

- Jack - respondió.

- ¿Te has vuelto loca, mujer?

Me detuve hasta quedar frente a ella, hundí las manos en mis bolsillos para evitar ponerlas sobre ella y sacudirla.

- Estoy perfectamente cuerda, yo diría que más que tú - me recorrió de arriba a abajo con un arqueo de su ceja - ¿Eres consiente de que no tienes camisa?

Bajé la mirada hacia mi mismo y efectivamente no llevaba puesta la camisa. Estaba tan absorto en lo que podría ocurrirle a ella que no había tomado en cuenta mi apariencia.

Era peligroso, estaba a una mirada suya del abismo.

- Ese no es el punto - crucé los brazos sobre el pecho - Te busqué por toda la casa y temí que te hubieras...

Lara inclinó la cabeza cuando me interrumpí bruscamente.

- ¿Que me hubiera qué?

«Ido» pensé.

- Ahogado - dije en su lugar - Que te hubieras caído en el lago de nuevo y ahogado, no te hubiera salvado una segunda maldita vez.

- Lo sé, lo sé. Tú no eres amable - Lara asintió con la cabeza - Pues mira, estoy bien. No debes preocuparte por cadeveres cerca de tu casa.

La miré de arriba a abajo, traía puesta una de mis chaquetas que le quedaba por debajo de las rodillas, sus diminutos huesos desaparecían bajo la enorme ropa. Aún seguía muy delgada pero su obstinación estaba intacta, esos ojos que parecían devorar al mundo y su rebelde cabello la hacían brillar en medio del paisaje inmaculado.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora