5. Perdí Lo Que Ya Había Perdido

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Las tormentas, al igual que las personas, no siempre eran iguales. Si bien tenían similitudes; las corrientes de viento, la nieve inclemente y el frío glacial. Ninguna tormenta era exactamente igual a otra. Habían las que pintaban de luto un país completo, las que golpeaban ventanas por las noches y oscurecían el mundo por instantes, las que doblaban las copas de los árboles y rompían el alma de las personas, algunas que eran tan leves que no marcaban la historia. Tan diferentes que dejaban una estela de incertidumbre a su alrededor.

Ese día me había equivocado, no solo en la magnitud de la tormenta sino también en el valor de Lara Laveau.

Ella me había sorprendido, como una tormenta en medio del verano; era valiente, honesta, entrometida y tremendamente inteligente. No solo arriesgaba su vida para salvar un cachorrito, sino que era tan idealista como para buscar una solución de una ciudad sin esperanza.

Como muchos otros jóvenes, conservaba la idea inocente de poder cambiar el mundo.

Y no dudaba que lo hiciera. Podría cambiar la manera de ver el mundo a muchas personas.

Una razón más para que regresara a la ciudad y no se mantuviera en ese pequeño y frío rincón. Con alguien que ya no tenía fe pero aún podía verla y vivirla en otras personas.

Lara estaba en la mesa con un tazón a medio comer de sopa de verduras, tenía la barbilla apoyada en su mano mientras parecía viajar a una realidad mucho más lejana.

Después de semana y media había logrado notar sus ocasionales lapsos emocionales, sus ojos se veteaban y un suspiro lastimero escapaba de sus labios, podía sentir su tristeza; como si hubiera perdido a alguien pero lo recordara en sus mejores tiempos.

Conocía el sentimiento, evocar a alguien con una sonrisa en los labios pero el alma dolida.

Y dolía. Un dolor agónico saber que era Wayne a quien recordaba. Ambos lo recordábamos. Ella lo amó.

Y ahí me encontraba yo, mirándola fijamente, buscando la manera de quitar esa expresión contraída de su rostro. Por él. Por ella. Pero principalmente por mí.

Era egoísta, siempre lo había sido. Y al tenerla allí, al alcance de un brazo, no podía dejar de serlo.

Me aclare la garganta a lo que ella giró la cabeza hacia mí.

- ¿Que edad tienes? - pregunté.

Ella abrió la boca pero dudó, luego de un instante respondió:

- Diecinueve - su respuesta no me convenció en lo absoluto, estaba mintiendo podía verlo en las sombras de sus ojos, en la manera como mordió la esquina de su labio rosado - ¿Cuánto tienes tú?

- Veinticuatro - le lancé una mirada entornada - ¿Estás mintiendo porque eres menor de edad aún?

Sus ojos se abrieron de par en par mientras negaba con la cabeza.

- No, yo no...

- ¿Cuántos años tienes en realidad, Lara?

- Yo... no lo sé - las últimas palabras fueron un susurro con un cerrado acento.

Era estúpido pero le creí más estas últimas palabras que lo que ha dicho antes. Pero era una ridiculez ¿Como no podría saber cuántos años tiene? Diablos, tal vez estaba delirando de nuevo.

Apartó el plato para apoyar los codos en la mesa y cubrirse el rostro con las manos, sus hombros subían y bajaban siguiendo el ritmo de una respiración trabajosa.

- Soy adoptada - confesó dado un instante, me quedé inmóvil. Bueno eso explica muchas cosas - Nací en un pequeño suburbio del centro de Seul, nuestros padres adoptivos nos encontraron a mis hermanos y a mi en las afueras de un hospital mientras estaban en su luna de miel; tres hombres de cuatro, tres y dos años y yo, aparentemente de uno.

Su voz sonaba sofocada a través de sus manos, hizo una pausa para mirarme por una de las rendijas entre sus dedos. Ese furtivo ojito parecía asustado y avergonzado.

- De ellos encontraron sus actas de nacimiento y a su madre, una bailarina de un teatro ambulante, pero de mí no encontraron nada. Yo solo era un bebé que habían lanzado a un basurero al creerlo muerto.

- Maldición, Farolito - me levanté de mi silla y me acerqué a su lado, con delicadeza aparté las manos de su rostro. La tristeza había consumido la totalidad de su luz, era tan horrible.

-Todos dieron por sentado que también era hija de la bailarina y así me adoptaron - ella bajó la mirada hacia nuestras manos donde yo había comenzado a recorrer sus finos y delgados dedos con mis yemas, su piel era tan suave - Crecí creyendo esa historia hasta los trece cuando escuché de sus propios labios que no era así.

- Entonces fuiste allí - dije.

Ella asintió.

-Quería saber más - parecía hipnotizada con el recorrer de mis dedos, quería distraerla, pesuadirla, quitarle ese dolor que opaca su luz - Pero nunca supe cuál fue la verdadera fecha de mi nacimiento, podría tener diecinueve o veinte.

Un impulso-uno de esos que me han poseído mucho últimamente-me llevó a levantar una mano y rozar la suave piel de su mejilla. No me di cuenta del íntimo gesto hasta después de que lo había hecho.

Dios ¿Qué mierda pasa conmigo?

No debía tocarla.

Nunca.

Estaba inclinándome hacia el frente, inhalando su aroma, levantando su barbilla, ahogándome en las profundidades de su mirada. Sus labios, demonios, sus labios carnosos y rosados eran tan... Maldición. Estaba loco, jodido.

Me eché hacia atrás bruscamente, haciendo que una cucharada cayera al suelo haciendo tremendo escándalo. Seguía siendo el mismo imbécil gilipollas de antes, apenas la conocía hace una semana y estaba calado por ella.

Me dababa vértigo lo alto que estaba llegando por ella.

Pero Lara no apartó la mirada, inclinó su cabeza hacia un lado haciendo que una cortina de cabello cayera por su largo y elegante cuello. Suspiró suavemente, bajando esa ardiente mirada azul hacia mi boca.

Mierda.

No podía mirarme así.

Ella no debía estar aquí.

Y la aparté de la única manera en que sabía hacerlo. Siendo un cretino.

- ¿Intentabas matarte?

Esto hizo que definitivamente levantara su mirada hacia mí, su boca abierta y sus ojos turbios claros de repente.

- ¿Qué?

- ¿En el lago, intentabas matarte? - apreté los dientes y con una fuerza sobrenatural saque las últimas palabras - ¿Por... Por Wayne?

El color abandonó su rostro y se marcaron terriblemente los ángulos de sus mejillas delgadas, fue como si hubiera visto un fantasma. Como si estuviera viendo el fondo de un abismo. La muerte misma.

Yo lo era. Las tres cosas y aún peor. Si no se cuidaba podría ser su perdición.

Parpadeó varias veces, completamente inmóvil.

- ¿Tu eras...? - preguntó con un hilo de voz.

¿... Su perdición? Sí.

¿... Su mejor amigo? Sí.

¿... El bastardo que le hizo daño cuando él solo me tendía la mano lealmente? Lamentablemente sí.

Asentí, un solo movimiento corto y lapidario.

Ella inhaló profundamente, sus labios temblaron y ocurrió lo inevitable. Ella no pudo encontrarse con mi mirada de nuevo, miró a su alrededor como si intentara encontrar la salida más próxima, más segura, más lejana.

Me lo merecía pero no por ello dejaba de doler.

- No respondiste la pregunta - insistí, sin clemencia. Yo necesitaba saberlo.

Lara mantuvo su mirada baja, mil silencios pasaron a través de ella antes de responder.

- En ese incendio murieron veintiséis personas, perdí lo que ya había perdido y perdí lo único que me quedaba.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora