2. Intocable. Angelical. Enigmática.

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A la mañana siguiente no había logrado sacar a la chica de mi cama.

Ni siquiera su nombre había dicho.

Por alguna razón -que aún no lograba comprender o quisiera comprender - me preocupaba más cuando estaba despierta que en las diez primeras horas. Antes suponía que su piel traslúcida, la delgadez extrema de su cuerpo y las sombras bajo sus ojos eran producto de la caída en el lago, cualquiera podía asegurar que era un suceso mortal, pero luego de cuarenta y ocho​ horas se esperaría que estuviera recuperada.

Pero no era así.

Luego de su pequeña conversación apenas había estado despierta, no había vuelto la fiebre pero no estaba particularmente comunicativa.

A mitad de la noche se había despertado y de alguna manera había logrado que comiera un poco de guisado y té caliente, haciendo acopio de mucha paciencia que ni siquiera estoy seguro de que condenado lugar pude sacar.

Estirando las piernas observé -una vez más-como mis mascotas se agrupaban alrededor de la desconocida, el cachorro parecía ser el favorito, ya que los delgados brazos de la chica rodeaban al peludo animal como un niño con su peluche. Los otros dos gatos se encontraban acurrucados a sus pies ronroneando.

Al menos, pensé amargamente desde mi posición en el muy incómodo sofá, alguien en esta casa está cómodo.

Golpeando mi dura almohada intenté acomodarla de tal forma que no rompiera mi cuello, mientras que la única manta con la que contaba era demasiado corta para cubrir mis jodidamente largas piernas.

Luego venía lo verdaderamente terrible.

- Wayne. Wayne ¡Wayne!

Ella lo repetía una y otra vez en sus sueños, en ocasiones susurros agonizantes mientras que en otras era un grito a viva voz que me ponía lo nervios de punta. Y esta era una razón particular para mantenerla cerca, ella tenía algo que ver con Wayne y no pensaba apartarla de mi vista hasta escuchar todo lo que tuviera para decir.

Si luego decidía volver a lanzarse al lago no era mi problema.

Entre tanto tenía algunas teorías sobre su identidad.

Era una de las chicas universitarias que se había proclamado ser fiel seguidora del fútbol americano repentinamente en los últimos meses, alguien que buscaba algún tipo de mérito o medalla por sacudir sus pompones y hacer que mágicamente un equipo irrevocablemente perdedor comience a ganar. No era una idea descabellado luego de lo que vi la última vez que estuve en el pueblo, los jugadores - los pocos jugadores que aún quedaban del equipo inicial --siendo perseguidos por jovencitas con la "solución perfecta" y rostros adoradores. Muchas de las cuales se habían mudado de diferentes estados del país en busca de, estúpidamente, un poco de aventura.

Alguien debería decirles que la tragedia no tiene una cara bonita, era cruda, real, dolorosa.

Malditamente paralizante.

La segunda teoría, una que con toda mi alma esperaba no fuera cierta y que probablemente era cierta: Ella era la chica.

La chica.

Intocable. Angelical. Enigmática. La mujer que todos codiciabamos sin siquiera haberla visto una vez.

La chica de Wayne.

Habían pasado diez meses, tiempo suficiente para que cualquiera se volviera loco de pena. Eso explicaría el porqué de su cuerpo lánguido y que, en un ataque de miseria, se lanzara al lago.

Cada vez que miraba su sereno rostro mientras dormía, intentaba a pura fuerza de voluntad negar la realidad. Ella no era esa chica. No podía ser ella.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora