33. Lo Que Escuchaste

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Día 20: Pretemporada

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Día 20: Pretemporada.

Lo que sentía en ese momento no se acercaba siquiera al enojo, era mucho más grande. Una bola de frustración, decepción y furia titanica que se agitaba y pinchaba todo dentro de mí aunque por fuera estuviera impasible.

Y era asombroso cuán fuerte puede ser la voluntad de un hombre, sólo a base de voluntad me había obligado a no hacer lo que cada célula de mi cuerpo rogaba hacer. En su lugar me encontraba frente a una jarra de unos buenos quince centímetros de cerveza escocesa y un libro de biología, en una esquina mal iluminada del bar de los hermanos Wallace. Voluntad y grandes cantidades de malhumor.

El bar, de paredes de madera vieja y oscura, ventanas grandes y decoración de cacería de décadas pasadas, poseía la calidez de algo viejo y conocido, cada persona que entraba era recibido por el tintineo de una campanilla y el olor a estofado hecho a la leña.

William Wallace, un viejo roble escocés, de temple silencioso con un aire de misterio y sabiduría añeja era quien se encargaba de las bebidas, con unas manos arrugadas y curtidas preparaba una de las mejores cervezas de este lado del mundo. Mientras que su hermano Lachlan Wallace, un hombre con el acento todavía mas cerrado y una peculiar facilidad para crear nuevos insultos y una colección de afiliados instintos era quien mantenía la cocina. Ambos ex luchadores por lo que nadie osaba sobrepasarse en el bar.

— Forbes — una gran mano palmeó mi hombro seguido por una absurda risa.

La expresión gruñona que dejaba en claro que estaba hasta las pelotas de todo y en especial del tipo humano debió ser un indicativo para que el imbécil de Powell se mantuviera alejado, pero él había llegado allí con un infernal instinto suicida, se sentó en el taburete a mi izquierda.

Apreté mi dientes, fije la mirada al frente y no escuche ni una sola de sus palabras. A mi otro lado se escabulló medio metro de exuberante energía infantil que también empeoraba todo.

— Cretino — dijo el niño a modo de saludo.

Drew.

Joder.

Respiré bruscamente y no moví ni un solo musculo para reconocer su presencia. No me agradaban los niños, no por algo que hubieran hecho los niños hacia mi, sino porque no sabía que demonios hacer con ellos. Tan pequeños, inocentes e impresionables. Tan fáciles de decepcionar.

Apenas dos segundos después de verla decidí que nunca jamás podría cargar a Susan, sería como tener una bomba cargada en las manos. Y es que era una criatura preciosa y adorable que me recordaba a otra chica ladrona de corazones.

Pero no, no estaba pensando en ella. Rotundamente no.

— ¿Has visto cómo Marshall la puso en su lugar? — Powell ni siquiera disimuló la abierta sorna — Ya no tenía al Galgo para esconderse tras él, la pequeña zorra.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora