38. Déjame Ir

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Mi madre siempre me había instado a escribir un diario, decía que era la mejor forma de que se aliviará el peso del corazón o el dolor, dependiendo de cuál querías sacar

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Mi madre siempre me había instado a escribir un diario, decía que era la mejor forma de que se aliviará el peso del corazón o el dolor, dependiendo de cuál querías sacar. La había visto muchas veces con la cabeza inclinada mientras garabateaba en un viejo libro de hojas desgastadas y manchadas; mis hermanos y yo siempre nos habíamos preguntado sobre que escribiría.¿Sobre nosotros? ¿Sobre papá? ¿Sobre ella?. Quizás de todo un poco.

Vagamente me preguntaba donde estaban esos diarios ahora que ella ya no estaba, Gega era el único que quedaba en la casa y no sería capaz de abrirlos, ninguno de nosotros se atrevería. Sería como darle una bofetada a su recuerdo.

Aun cuando habían momentos en los que podríamos querer darle una bofetada a los muertos, por puro rencor e impotencia. Querías hablar mal de un muerto. ¿Cómo podían irse dejándonos la carga del mundo en la espalda? ¿Cómo podían dejarnos tantas preguntas sin respuesta? ¿Cómo podían causarnos tanto dolor?

En ese momento, estaba verdaderamente dispuesta a dar bofetadas y puñetazos cuando dislumbre la lápida a la distancia, me acerqué esquivando los cimientos sobresalientes en la nieve y entonces estaba allí en frente, el lago se encontraba a mi izauierda y más allá una fila de árboles y solo el que conociera de la existencia sabría que detrás de esos árboles estaba la cabaña de Forbes.

Cerré mis manos en puños a mis costados y mire el ramo de girasoles en el pie de la lápida donde también se encontraban un pequeño ramo de rosas blancas y dos velas apagadas. No me atreví a sacudir la escarcha que se había acentado en la inscripción y el dorso del cemento.

No decía gran cosa, solo una fecha.

2- 2- 16.

No eran gran cosa porque una fecha, esos números grabados en cemento, no definían la tragedia que se había vivido hace más de un año atrás. Nada lo definía.

Con un sollozo quemando mi garganta caí de rodillas justo enfrente, golpeé el suelo con mis puños enojada con Forbes, con mamá, con papá, con Wayne, con todos los que se atrevieron a dejarme sin respuestas o decirme absurdas mentiras.

— Pues tengo una verdad para ustedes: Me enamoré — sonreí sin humor — Me enamoré de Jack Forbes. Jugador. Malhumorado, cruel y cobarde. Me salvó cuando cometí una estupidez y desde entonces me he enamorado de él tan profundamente que siento como si solo su mirada lograra tocar mi corazón. Y le mentí y él me mintió, y todo es tan malditamente complicado. Y ustedes, todos ustedes tienen la culpa — clave mi mirada con ira en la fría piedra — ¡Vamos, respondan!. Al menos tendrán una palabra que decir al respecto. ¡Vamos, por favor! ¡Ayúdenme a salir de esto!

Pero el silencio era implacable, no habían visiones o fantasmas o siquiera eco.

— Los odio, ¡los odio a todos ustedes! — grité y agarré puñados de nieve para lanzarlos contra la piedra, como si con la suficiente podía hacerla desaparecer.

El Quarterback Y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora