Capítulo 23 (Lola)

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Después de dejar a Bruno, muy a mi pesar, me voy

a la casa de Carmen a buscar a mis hijos antes que realmente me los deje en la calle con un cartelito que diga: "Buscamos familia responsable". Sé que no sería capaz de hacerlo, pero por las dudas...

—Hola, mala amiga... —me dice al abrirme la puerta de su casa, con esa cara de mala que ya sabe que no me creo.

—Hola para vos también... —le digo dándole un beso en la mejilla, para luego entrar en la casa—. ¿Mis hijos? —le pregunto mirando hacia el comedor, para ver si están ahí.

—Llegaste tarde y los di en adopción. —me contesta sin mirarme.

Me hago la tonta, sé que está esperando a que le cuente todo lo que pasó con Bruno y lo que no pasó también.

Mi amiga cierra la puerta detrás de ella y apoyándose en la puerta me dice:

—¿Cabe la posibilidad que me cuentes que es lo que pasó con el bomboncito de licor?

—¿Todavía no llegue a tu casa y ya me estas hostigando con preguntas? —le digo tratando de aguantarme la risa.

—Si mal no veo, ya estás adentro... —señala mis pies— y todavía no veo que esa boca carnosa, que tantos besos rechazó como una tarada por el impresentable de Roberto, se esté moviendo y diga lo que a mí me interesa saber.

—Sos insufrible... —dejo la cartera sobre el sillón y le digo poniéndome las manos en la cintura—: lo que si no veo son los mates, que sabes, que incentiva a esta boca carnosa a hablar.

—Ya lo tengo preparado en la cocina, yo si soy una buena amiga. No como otras.

Las dos nos vamos a la cocina abrazadas por la cintura.

—Contame y no te hagas la simpática; porque no me vas a correr de mi objetivo.

Entramos en la cocina y nos sentamos en la pequeña mesita que tiene junto a la ventana y en donde, efectivamente, nos está esperando el termo y el mate.

—Nos encontramos en el bar en donde le hice la entrevista.

—Eso ya lo sé... Dame algo útil por el amor de Dios. —me dice rogando mientras que me da un mate.

—Estuvimos hablando un largo rato. Le dolió que le haya dicho la palabra "prostituto" y tiene toda la razón del mundo. Cuando lo pienso te juro que me arrancaría la lengua.

—Si querés que te haga el favor me avisas. Pero después que me cuentes todo.

—Qué buena amiga que sos...

—La mejor. Contame. ¿Qué más pasó? No me hagas que tenga que inyectarte el suero de la verdad y que te haga cantar como un pajarito.

—Nos vamos a dar otra oportunidad. —le cuento y sé que la sonrisa no me entra en la cara.

Carmen ahoga un grito y zapateando como cuando éramos adolescentes me dice:

—Me alegro tanto por vos amiga. Te lo mereces. No hay crema, por más cara que sea, que te deje el cutis tan luminoso y suave como ese bombón.

Comienzo a reír. Tiene una idea fija con el sexo.

Le cuento absolutamente todo lo que estuvimos hablando con Bruno, inclusive sobre los proyectos que tiene en mente. Me exprimió hasta la última coma...

—Bueno, me voy. Les tengo que dar algo de comer a esos chicos, que mañana tienen que ir al colegio. Muchas gracias por cubrirme. Te quiero.

—De nada, para eso estamos las amigas... ¡Ah, casi me olvido de decirte!

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