Capítulo 34 (Lola)

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Salgo corriendo de la editorial, me colgué trabajando en un nuevo proyecto, y ahora, si no me apuro no llego a buscar a los chicos; tengo que ponerme alguna alarma en el celular. Encima viene Bruno a comer con nosotros y odio hacerlo esperar.

En las últimas tres semanas, desde que Bruno dejo de trabajar en el Golden, nos vemos mucho más que antes. En general, él viene para mi casa. Está entablando una relación mucho más estrecha con los chicos y eso me hace muy feliz. Es muy importante para mí, que los tres se lleven bien.

Desde aquella salida al estadio de River, Alan cambio mucho con Bruno; está más interesado en conversar con él de cualquier cosa, sobre todo, de la carrera de diseñador gráfico. Ya le queda poco para terminar el secundario y tiene que ver qué va a ser de su vida. Así que lo vuelve loco a Bruno preguntándole todos los pormenores de la carrera, cosa que él contesta más que contento.

Retiro a los chicos del colegio y me voy a casa. Cuando doblamos en la esquina veo a Bruno estacionando la moto en la vereda. Me encanta como le queda esa moto...

—¡Ya llegó Bruno! —dice Kiara contenta.

—Sí, llegamos justo a tiempo...

Estaciono el auto y los chicos se bajan. Ambos se acercan a Bruno y lo saludan con una serie de toques con las manos. No sé cómo hacen para recordar toda esa coreografía. Cuando por fin terminan, entran en la casa, ahora me toca a mí

—Hola hermosa. —me saluda rodeando mi cintura con su brazo, y pegándome contra su cuerpo, luego me da un beso rápido. Acordamos que para mantener la buena relación entre los chicos y él, lo mejor, es que mantengamos las manos quietas. Al menos cuando están ellos cerca.

—Hola lindo. Llegamos justito. Te abro el garaje así entrás la moto. —le digo mientras rodeando su cuello con mis brazos.

Después que entra la moto, nos vamos voy directo a la cocina.

—Estoy cansadísima. Tengo un sueño... —comento mientras me lavo las manos.

—¿No dormiste?

—Si, dormí un montón; pero me siento cansada.

Bruno se me acerca y parándose detrás de mí, me dice:

—Dejá que yo cocino. Andate a bañar y ponete cómoda.

—No, no pasa nada. Ahora me pongo a hacer las cosas y se me pasa.

—Dale, no te hagas rogar. —me dice sacándome el repasador que tengo en la mano.

—¿Seguro?

—Sí, anda tranquila. ¿Qué pensabas hacer de comer?

—No soy muy original, Milanesas con ensalada de lechuga y tomates. —le digo sonriéndole. Ese es mi caballito de batalla cuando no tengo ganas de cocinar. Y últimamente es muy seguido.

—Solo decime en donde está todo y andate.

—Las compré hechas. —me digo sonriéndole.

—No tenés perdón de Dios...

—¿No pensarás que encime de hermosa, inteligente y con este cuerpo escultural, iba a ser cocinera también?

—Anda... —me dice sonriendo—. Entonces limpio la ensalada, o ¿También la compraste preparada y limpia? —me dice bromeando.

—No había. —se lo digo en broma, pero lo más triste es que es verdad. Fui a comprar las bandejas, pero ya no había más. Cada vez estoy peor...

Le doy un beso y me voy.

Después de un baño reparador y de vestirme con ropa cómoda, bajo nuevamente a la cocina. Me sorprende ver a Bruno dando vuelta las milanesas que puso a cocinar en el horno y los chicos poniendo la mesa y juntos... Me parece que me lo voy a traer a Bruno a vivir acá.

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