Capítulo 37 (Bruno)

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Ahora me doy cuenta que, todos estos días, desde que Lola me dijo que iba a abortar, me estaba costando respirar.

Todavía no puedo creer que voy a ser papá. Un hijo... o hija. Qué Dios se apiade me mi cordura, si llega a ser nena...

La miro a Lola que está durmiendo muy plácidamente junto a mí. Siempre me gustó mirarla dormir, pero ahora, hasta me parece mágica; la veo más hermosa que de costumbre. Es como si tuviese luz propia.

Sé que puede sonar estúpido, pero algo cambió en mi forma de verla.

Estiro mi mano para poder tocar su panza chata. Apenas rozo su piel y ella se mueve.

Se despereza y apenas abriendo sus ojos, me sonríe y me dice:

—Buen día...

—Buen día, hermosa.

—¿Me estabas tocando la panza? —me pregunta poniéndose de lado.

Me siento tonto.

—Sí. Es que no lo puedo creer.

—Cuando se la pase llorando todo el santo día, lo vas a creer... —dice sonriendo. Le sonrió también.

—Va a ser el mejor sonido...

—Creeme, que cuando pase una semana que no te deje dormir de corrido tres horas, no vas a pensar lo mismo.

—Sé que no me va a importar.

—Pobre iluso... —se acerca y me besa—. Cuando Alan me dijo "mamá" por primera vez, me llore la vida de la emoción. No te puedo explicar la sensación maravillosa que sentí en ese momento. Un año después, cada vez que escuchaba la combinación de la m con la a, no importaba como siguiera, me daba urticaria. Desde ese primer "mamá" parecía que no hubiese aprendido ninguna otra palabra después. Miento, también aprendió a decir "Má". Es más, todavía es la palabra que más usa en el día...

Me río a las carcajadas.

—Creo que el día que me diga papá, me muero.

—Sí, de eso no tengas la menor duda, el tema es cuando te empiezan a llamar cada cinco segundos... Ahí es como que cansa un pelín...

Nos quedamos mirándonos. La amo tanto...

Lola se me acerca y comienza a acariciarme la espalda. La abrazo. Ella se me acerca más aún y pasa una de sus piernas por encima de mi cadera. Comienza a besarme. De repente, tengo una sensación que jamás en la vida tuve y no sé que hacer. Por alguna razón preferiría que nos quedemos abrazados nada más.

Lola se separa de mí un poco, tanto como para poder mirarme a los ojos y me pregunta:

—¿Estás bien?

—Si, ¿por?

—Hace una semana me hubieses saltado a la yugular con menos... —se sienta en la cama y me mira.

No sé como explicar lo que me está pasando.

—Tomémoslo con calma... —es lo único que me sale decirle.

—¿Eso quiere decir que no me vas a tocar un pelo de acá a que nazca el bebé?

—No dije eso. Sólo que lo tomemos con calma.

Lola se pone de pie de un salto. Y poniendo sus manos en su cintura me dice:

—A ver, vamos a sincronizar relojes. Yo en los embarazos de los chicos me puse como muy... fogosa. ¿No sé si me entendés?

Esto se va a poner complicado.

—Quiero que me entiendas. Me da cosa... —le digo como un boludo—. Nunca estuve con una mujer embarazada. Y tengo miedo de lastimarte o lastimarlo.

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