Capítulo 52

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Me había acostumbrado a que mi vida cambiara drásticamente debido a sucesos inesperados y traumáticos, tenía veintisiete años de experiencia con eso. El primero fue cuando se marchó mi padre y mi madre se convirtió en mi peor pesadilla, haciendo que mi infancia se volviera un auténtico infierno. No había día que no deseara estar muerto, o que alguien oyera los gritos que daba cuando esa mujer me maltrataba y que se la llevaran muy lejos. No tenía apenas diez años.

El segundo suceso que me marcó fue la muerte de Becca. Al fin había logrado recuperarme un poco de los traumas que había vivido durante mi niñez y empezaba a ser verdaderamente feliz, pero el destino no había terminado conmigo y volvió a hacer una jugarreta de las suyas. Esa vez casi perdí el norte por completo, estuve a punto de mandarlo todo a la mierda y rendirme.

No había terminado de recuperarme de aquello cuando mi madre volvió a aparecer en mi vida, en esa ocasión acompañada de un tumor cerebral que rápidamente se reprodujo e inundó todo lo que quedaba de ella, dejándola encamada y a mí a su cargo. Un cargo que, obviamente, no quería pero al que me había visto empujado a aceptar.

Por aquel entonces no quedaba nada de mí que pudiera ser salvado. Era un alma en pena que vagaba por la tierra, deseando que alguien se apiadara de mí y terminara con todo mi sufrimiento. Ni siquiera ahora puedo entender cómo logré resistir, supongo que el apoyo de mis amigos y de Ramón fue crucial.

El tercer acontecimiento que dio un vuelco a mi existencia, porque eso ya no era vida, fue cuando la encontré. Ruby Anderson, la chica más alucinante que jamás había conocido, la única que había osado desafiarme y que no se había amilanado ante mi pose intimidatoria. Solo ella consiguió despertar en mí una curiosidad que nunca había experimentado, unas ganas terribles y prácticamente enfermizas de saber absolutamente todo sobre su persona. Fue quien logró aportar un rayo de luz entre tanta oscuridad, quien sin saberlo me dio la esperanza y la fuerza que necesitaba para seguir luchando.

Mi vida comenzó a enderezarse a partir de ese momento en concreto. Todo lo que creí que siempre me perseguiría hasta el final de mis días fue desapareciendo poco a poco, liberándome. Sin darme apenas cuenta, era un hombre completamente nuevo. Tenía una casa propia, un negocio que iba de maravilla y a la mujer más alucinante del universo junto a mí. Mis pesadillas habían desaparecido definitivamente y no tenía a mis fantasmas del pasado atormentándome constantemente.

Pero, sin lugar a duda, el evento que marcó indudablemente mis días, mucho más notoriamente que el resto de hechos, fue cuando la cogí por primera vez. A ella, mi pequeña, mi Becca. Mi mundo dio un vuelco de ciento ochenta grados cuando la sostuve entre mis brazos y sus tiernos ojos verdes entraron en contacto con los míos. Se me paró el corazón, se me atoró la respiración a mitad de camino y sentí cómo cada molécula de mi persona se centraba en ella. Supe al instante en el que estiró su redondita manita hacia mí e hizo una mueca que se parecía a una sonrisa, que la amaba con todo mi ser. Ya no había vuelta atrás, había quedado completamente encandilado de su rostro angelical y los ruiditos que hacía mientras sus orbes seguían clavados en mí.

Sabía que todo esto no podría haber sido posible sin Ruby. Si no la hubiera visto aquel día, si no me hubiera desafiado de aquella manera, dejándome prendado al instante, nada de esto habría pasado. Era la persona más afortunada del planeta Tierra, ahora era consciente de ello.

Los primeros meses con Becca en casa fueron duros, he de admitirlo. A pesar de que hacíamos todo lo posible por tenerla lo mejor atendida posible, necesitamos un tiempo para acostumbrarnos a su presencia. Las noches eran la peor parte de todo aquello. La pequeña tenía un hambre voraz, hecho que alegraba y enorgullecía de sobre manera a su tío Brad, cada tres horas exactas pedía su comida. Por ese motivo, el sueño de Ruby se veía interrumpido varias veces cada día.

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