-¿Dónde demonios te has metido? -gritaba mi madre enfurecida.
Mi yo de 6 años seguía escondido dentro del armario, intentando hacer el menor ruido posible para que la mujer que una vez me quiso no me diera otra paliza. Desde que mi padre nos abandonó se había convertido en una persona completamente diferente. Donde antes todo era amor y bondad ahora solo había gritos y golpes. Y su maldito cinturón.
-¡Ethan! -exclamó de nuevo, esta vez más cerca-. Sal ahora mismo, cariño, no voy a hacerte nada -intentó calmar su tono de voz, pero sabía que no decía la verdad, que cuando saliera de mi escondite me esperaba una buena tunda.
Me acurruqué todavía más, deseando con todas mis fuerzas desaparecer. Miles de lágrimas resbalan por mis mejillas y tenía una mano tapando mi boca para que no se escucharan mis sollozos. Sentí sus pasos acercándose, estaba en mi habitación.
-Aquí estás -sonrió con maldad cuando abrió las puertas de mi armario y me encontró echo una bola en un rincón-. Sal de ahí, eres igual de cobarde que tu padre -escupió mientras me agarraba de la camiseta y me sacaba a rastras.
-Ma-mamá, por favor... -supliqué hipando y en un hilo de voz. Su mueca mostró desagrado y se sacó el cinturón-. ¡Mamá, no! ¡Para!
Me desperté sobresaltado. Estaba empapado en sudor y con la respiración agitada. Miré el reloj de encima de la mesita de noche. Las 4 de la mañana. Suspiré y me pasé las manos por el rostro, frustrado. Veinte años después seguía teniendo las mismas pesadillas. No podía dejar atrás mi pasado, me perseguía allá donde iba. Un quejido se escuchó en mi habitación. Al otro lado de la cama había una chica, cuyo nombre no recordaba, tumbada boca abajo y desnuda. Seguía durmiendo plácidamente, ni siquiera se había enterado de mi movido sueño.
Suspiré de nuevo y me levanté de la cama, sin preocuparme si la despertaba. Sin tan siquiera cubrir mi cuerpo, ya que me encontraba como Dios me trajo al mundo, rebusqué en los bolsillos de mi cazadora hasta que encontré el paquete de cigarrillos. Encendí uno y me senté en el alfeizar de mi ventana, observando al exterior. Intenté poner la mente en blanco, intenté no pensar en los horribles recuerdos que me atormentaban cada noche. Simplemente me dediqué a fumar y mirar a través del cristal.
La calle estaba desierta, no había ni una sola alma. Normal, eran las 4 de la madrugada. Las luces de las farolas iluminaban el barrio; barrio que no era demasiado agradable, a decir verdad. Pero no me quejaba. Prefería eso a volver a dormir en la calle o en cualquier albergue. Suspiré y apoyé la cabeza en el marco de la ventana, dejando la mente en blanco.
Cuando hube terminado el cigarrillo, tiré la colilla en la papelera y volví a la cama, deseando poder volver a conciliar el sueño. Sabía que eso no pasaría. Sabía que nunca podía volver a dormir tras una pesadilla. Así que estuve dando vueltas, incómodo y frustrado hasta que el despertador marcó las siete de la mañana.
Lo primero que hice fue meterme a la ducha para despejarme y, sobre todo, quitarme el sueño. Después me coloqué unos pantalones vaqueros, la camisa del taller y mi inseparable cazadora. Me dirigí hasta la cocina, donde me preparé de manera rápida un café solo y un par de tostadas. Cuando terminé abandoné el apartamento. Ni siquiera me preocupé por la chica que seguía durmiendo en mi cama, ella solita encontraría la puerta.
Me subí a mi amada moto y puse rumbo hacia el trabajo. ¿Qué? ¿Creíais que por ser un chico malo y atormentado no trabajaba y me dedicaba a las carreras ilegales y a las peleas clandestinas? Bueno sí, eso también lo hacía, pero por la mañana me ganaba la vida honradamente trabajando en un taller. Ese sueldo me permitía pagar el alquiler. Con lo que ganaba en las carreras y las peleas, pude comprarme mi preciada moto.
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Shadows
Roman pour AdolescentsNo esperaba volver a preocuparme por nadie que no fuera yo mismo. Hasta que la encontré a ella.