Capítulo 12

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Había pasado más de una semana desde la última vez que vi a Ruby. No entendía la imperiosa necesidad que me consumía por volver a encontrarme con ella. Cada vez que pasábamos más tiempo juntos, mayor era la sensación que tenía de que no la conocía. Era como si en lugar de ir descubriendo cosas, tuviese otro misterio u historia en el que indagar.

Lo que pasó con el chico en la cafetería todavía rondaba mi mente. Lo puse como mi prioridad. Debía averiguar quién narices era y por qué había tratado así a la joven. La teoría que más lógica tenía era que fuese algún exnovio suyo que estuviera obsesionado con ella. Aunque la joven parecía saber defenderse sola, quería protegerla de aquel tipo. La mirada que le dedicó a Ruby mientras veía como se alejaba por el pasillo me dio muy mala espina. Esa mirada prometía venganza.

Negué con la cabeza, intentando mantener la concentración en reparar la camioneta que me acababa de dejar un cliente. Limpié el resto de grasa y aceite que había manchado ligeramente el capó y le di un último vistazo. Estaba satisfecho con mi trabajo. En esos momentos mi móvil sonó.

-¿Qué pasa Ricky? -saludé con alegría-. Cuánto tiempo, mamón.

-Lo mismo digo, colega -respondió con el mismo entusiasmo-. Oye, tengo algo para ti.

-Te escucho -puse toda mi atención en él.

-He organizado una carrera en la que participan viejas leyendas -sonreí, ya sabía por dónde iban los tiros-. ¿Qué me dices, te apuntas?

-Dime hora y lugar -pedí sin tan siquiera pensármelo dos veces.

-Sabía que podía contar contigo -rió-. En el acueducto abandonado, a las siete.

-Genial. ¿Qué se lleva el ganador?

-Diez de los grandes.

Enmudecí completamente. Joder, diez mil era una pasta. Con eso podría lograr pagar gran parte de las facturas del hospital. Acepté sin dudarlo. Necesitaba el dinero y ante mí se había presentado la oportunidad perfecta, no podía desaprovecharla. Colgué y avisé al dueño de la camioneta que podría pasar a recoger su vehículo en cualquier momento.

-¿Cómo lo llevas, mocoso? -preguntó Ramón apoyado en el marco de la puerta y con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Bien, ya he terminado con esta -señalé al automóvil que tenía junto a mí.

-¿Fuiste ayer al cementerio? -me sorprendió, pero asentí levemente-. ¿Cómo fue?

-Bien, bueno -me encogí de hombros-, ya sabes que últimamente no está demasiado habladora.

Intenté bromear. Fracasé. El ceño de mi jefe se frunció ante mis palabras. Me estudió con la mirada, como si quisiera descubrir algo en mí que no había visto hasta ahora. Al final, terminó desistiendo y negó imperceptiblemente con la cabeza. Clavó sus ojos en los míos.

-Estoy muy orgulloso de ti, hijo.

No respondí. No pude. Estaba en shock. Era la primera vez en mi vida que oía esas palabras. Nunca nadie me había felicitado por haber conseguido algo o me habían reconocido mi trabajo. Estaba acostumbrado a hacer y no esperar nada a cambio. Por eso, cuando el hombre que siempre había considerado el padre que nunca tuve me dijo aquello, no supe qué contestarle. En su lugar, me acerqué rápidamente hasta él y le abracé.

Ahora era su turno de lucir sorprendido, pero me correspondió el gesto. Murmuré un "gracias" que no estuve seguro de que hubiera llegado a escuchar, pero me palmeó suavemente la espalda, así que supuse que me habría entendido.

El resto de la jornada laboral transcurrió con normalidad. Habíamos quedado con los chicos para comer en casa de Luke. Aprovecharía y les contaría la propuesta de Ricky. Cuando mi turno hubo terminado, me despedí de Tom y conduje hasta la casa de mi mejor amigo. Aparqué delante del portal de su edificio y me adentré en el interior.

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