-Iremos a por tu moto cuando salgamos, ¿vale? -me prometió tras haber estado quince minutos escuchándome lamentarme por haber dejado mi vehículo en el bar.
Asentí, todavía enfurruñado, y miré hacia delante. Estábamos en un buen barrio, no era la zona alta, pero se alejaba bastante de lo que estaba acostumbrado. Eso me sorprendió, ¿desde cuándo mi madre tenía dinero para permitirse un abogado de estas características?
Salí de mi ensimismamiento cuando el coche se detuvo frente a un alto edificio de cristal. Ruby bajó del vehículo y esperó pacientemente a que la siguiera.
-¿Estás listo? -preguntó con una sonrisa.
-Nervioso -corregí-, eso es lo que estoy.
Entrelazó su mano con la mía y me miró a los ojos. Colocó su otra mano en mi mejilla y dijo: -Todo irá bien, solo venimos a recoger información -me recordó-. No estás solo, estoy aquí contigo.
Y para darle énfasis a sus palabras apretó el agarre que nos mantenía unidos. Asentí, confiaba en ella. Besé su frente y, sin soltarla, echamos a andar hacia el interior del edificio. Pasamos por delante de un mostrador en el que se encontraban dos jóvenes secretarias. Sonrieron coquetamente al verme, pero no les devolví el gesto. Tenía cosas más importantes que hacer.
Nos adentramos en el ascensor, seguidos de media docena de personas más. Nos quedamos en una esquina, por lo que aproveché para abrazar a la joven por su espalda y pegarla a mí. Necesitaba sentirla con cada centímetro de mi cuerpo. Se sorprendió al principio, pero no dijo nada. Llegamos a la planta correspondiente y salimos del cubículo para encontrarnos con un acogedor recibidor.
Un hombre de mediana edad, cincuenta años como mucho, apareció en el vestíbulo y se dirigió hacia nosotros. Llevaba puesto un traje azul marino con una corbata del mismo color y una camisa blanca. Se abrochó el último botón de su americana y me tendió la mano. Se la estreché receloso.
-Usted debe ser el hijo de Megan -dedujo sonriendo ampliamente-. Pase por aquí.
Dejé que Ruby se adelantara unos pasos antes de seguir al señor Hill. Al cruzar la puerta que nos había señalado, un enorme despacho se mostró ante mis ojos. Una gran mesa de reuniones presidía la estancia completamente rodeada de sillas, ambos muebles hechos de cristal. En la otra punta de la habitación había un escritorio de madera repleto de papeles y carpetas amontonadas a cada lado, así como una grapadora, dos lapiceros y un sello. Detrás el escritorio y pegada a la pared se anclaba una gigantesca estaría que iba de lado a lado de la sala.
El abogado nos indicó que nos sentáramos en una de las incontables sillas de vidrio mientras él buscaba la documentación pertinente. Revolvió varios cajones hasta que dio con lo que quería. Se sentó delante de nosotros y me tendió un folio con mucho texto y un bolígrafo.
-Firme aquí, por favor -apuró. ¿Por qué tanta prisa?
-¿No me va a dejar leerlo? -pregunté con el ceño fruncido.
-Oh sí, claro, perdone -dijo riendo.
Lo miré fijamente, su actitud me desconcertaba. Una finísima capa de sudor cubría su frente, no paraba de mover la pierna nerviosamente y tamborileaba con los dedos inquieto.
-Mejor lo leeremos tranquilamente en casa -intervino Ruby, quien miraba desconfiadamente al otro.
-Oh, vamos. ¿Acaso creen que les voy a estafar? -trató de bromear, pero fracasó estrepitosamente.
-Por supuesto que no, ¿usted no haría eso, verdad? -inquirió la joven a mi lado-. Solo queremos leerlo sin prisa. Además, habíamos venido solo a informarnos.

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Shadows
Fiksi RemajaNo esperaba volver a preocuparme por nadie que no fuera yo mismo. Hasta que la encontré a ella.