Epílogo

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—Grace ¿Qué demonios haces? —miré a Lavrenty antes de seguir en lo que estaba —te hice una pregunta – cuestionó colocándose frente a mí.

—Estoy pintando la habitación de nuestra hija ¿no ves? — él frunció más el ceño y se cruzó de brazos.

—¿Qué hija? Además, ni siquiera estamos casados, me dijiste que no tres veces —rodé los ojos.

—Pues me robé a una niña —dije tranquila.

—¿Te estas volviendo loca? —preguntó sorprendido.

Yo negué una y otra vez.

—Maté a sus padres porque la maltrataban y me la robé, está en el hospital en estos momentos —sus cejas se levantaron con sorpresa —a penas tiene cinco años y ya apagaban cigarrillos en su cuerpo —su mirada se ablandó ante mis palabras.

—¿Entonces nuestra? —yo sonreí y asentí emocionada.

—Ah y nos casamos en dos semanas —le avisé y él enarcó una ceja.

—No quiero, gracias —yo comencé a reír.

—No seas así, te decía que no porque no me sentía lista.

—¿Enserio? ¿Después de año y medio? —me encogí de hombros.

—Hay parejas que duran hasta tres años antes casarse y no está a discusión, claro si no quieres que te de un balazo —él me sonrió incrédulo.

—Disculpe majestad, se me olvidaba que las cosas son cuando usted quiere —yo sonreí arrogante.

—Que no se te olvide quien es la reina aquí.

En cuanto terminé de pintar la habitación me di una ducha y tomé uno de los autos para dirigirme hacia el hospital. Mi hermana decidió acompañarme, por lo que iba en el asiento de copiloto mientras revisaba su celular.

—Cogí con uno de los de seguridad —avisó. La miré unos segundos antes de volver mi vista a la carretera.

—¿Y? —ella sonrió.

—Me gustó mucho —admitió.

—Pues cógetelo otra vez —ella soltó una carcajada.

—Ya la organizadora de eventos comenzó con los preparativos de tu boda, yo me encargaré de todo —asentí un par de veces —¿estas segura de esto? —guardé silencio por unos minutos.

—Lavrenty es más de lo que esperé, Grecia y me ama como nadie nunca me podrá amar, estaba dispuesto a perder todo por mi y eso no lo hace cualquiera —suspiré profundo —lo amo, hermana y con él es con quien quiero pasar el resto de mi vida, además ya tenemos una hija —comenté y ella rio divertida.

Al llegar al hospital ambas bajamos del auto y nos encaminamos hasta la habitación en donde se encontraba la niña con signos de desnutrición.

Al entrar una pequeña de ojos azules y cabello rubio levantó su cabecita y se nos quedó mirando.

—Tú los mataste —susurró.

—Lo hice —respondí simple.

—¿Tú me harás lo mismo que ellos? —negué acercándome lentamente.

—No nena, no te haré daño ¿Cómo te llamas? —ella apretó las sábanas que la cubrían.

—Samantha Wins – negué.

—No te llamas Samantha Wins —ella arrugó su pequeña frente —de ahora en adelante te llamarás Samantha Morgan —sus cejas se levantaron con sorpresa —y de ahora en adelante serás mi hija ¿quieres? —una sonrisa apareció en su rostro y una lágrima rodó por ella.

GraceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora