34 | No sé nadar.

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Capítulo 34: No sé nadar.

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Grace Morgan

—¿Se puede saber a dónde me llevas? —él negó un par de veces mientras sonreía.

—No es necesario que sepas a donde vamos —restregué mi rostro con incredulidad.

—Bren, llévame a la mansión, por favor —él se hizo el desentendido —eres insoportable.

—Esta bien, te diré a dónde vamos —dejé de mirar el camino angosto lleno de árboles a los alrededores.

—¿Sí?

—Iremos a un lugar que fomente nuestra confianza —mi boca casi cayó al suelo al observar cómo los árboles desparecían dejando ver el mar.

—¿Me estas jodiendo? —él sonrió como un autentico imbécil y mi piel se erizó de solo pensar lo que podría pasar.

Estacionó el auto en donde acababa la calle y se bajó del auto para llegar hasta mi puerta, la abrió para encontrarse conmigo cruzada de brazos en una posición que indicaba que no saldría.

—Grace, hagamos esto de la forma sencilla —negué.

—¿En qué demonios me va a servir venir a un puto acantilado contigo? —él miró el lugar con una sonrisa.

—Vine aquí cuando tenía diecisiete —admitió —mi padre aún estaba vivo en ese entonces, aunque mi hermana ya se hacía cargo del negocio familiar —volvió a mirarme —este fue el último lugar que visité con mi padre antes de que muriera —fruncí el ceño e intenté cuestionar su sinceridad —allí en un árbol tallamos ambos nombres, si quieres puedes venir a verlos.

Salí del auto y comencé a seguirlo hasta el árbol al que se dirigía. Las luces del auto estaban a toda potencia e iluminaban casi todo lo que estuviese a su paso.

Lonvarti y Lavrenty estuvieron aquí.

Reí levemente.

—Apuesto que la letra maltrecha es tuya —comenté riendo. Él asintió una y otra vez con una sonrisa.

—Yo escribía horrible en ese entonces —reí un poco más fuerte.

—No tienes ni que decírmelo, ya lo puedo ver —él acarició la letra tallada y sonrió con algo de melancolía.

—Te traje aquí porque de una forma u otra este lugar ayuda a confiar —mis brazos se cruzaron sobre mi pecho y sus ojos se enfocaron en mi mientras se recostaba del árbol.

La luz del auto iluminaba su rostro permitiendo que sus ojos color caramelo brillaran levemente.

—Pero si no quieres ser partícipe no te preocupes, encontraré otra forma de unirme a ti —lo último lo dijo subiendo y bajando sus cejas.

—Ay, tan bien que ibas —él rio y yo inevitablemente lo acompañé.

—Eres muy cuadrada —comentó alejándose del árbol y acercándose a la orilla del acantilado. Mis ojos lo miraron horrorizada para luego correr detrás de él.

—¿Qué crees que haces? —le cuestioné al ver como lentamente se quitaba la chaqueta del traje y aflojaba su corbata.

—Voy a arrojarme, Morgan ¿Me acompañas? —negué con pánico —vez, eres muy cuadrada.

—Vivo en un peligro constante, lo más sensato sería andar siempre alerta y pendiente de lo que realmente merece importancia —lo vi rodar los ojos.

GraceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora