Capítulo 12. "Castigo".

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Narra Jessica


El castigo mental es una pena que se impone para que aprendas a no volver a cometer errores.

Yo estaba rota igualmente, torturar a ni cabeza tampoco iba a ser tan cruel.

Me desnudo a su atenta mirada sin pudor, con mucho morbo. Quiero jugar con él, que juegue conmigo.

Es un prepotente que todo lo tiene que tener en orden, un cabezón sin remedio. Pero es lo suficientemente bueno para ayudarme y para enamorarme.
 
Espero su reacción con el corazón agitado, y la manos temblando.

—Estas jugando a un mal juego, pequeña —dice en mi oído.
 
Respiro profundo y cierro los ojos.
 
—Ya estas húmeda, ves como tu vagina empapada las sábanas por todo lo que me deseas— dice acariciando la piel suave y incorporándo mi cuerpo.

Me tumba en la cama, pasa cada dedo por mi fina piel, se para a besar mi clavícula. Sigue su movimiento hasta tocar los pezones, dando círculos lentamente, tentandome. Estoy llena de lujuria.

—Jacob...—me arqueo por lo que me produce sus caricias.

—¿Qué pasa pequeña?—digo intentando mirarle.

No respondo, me dejo hacer, cierro los ojos y disfruto de sus toques placenteros.

Hay un breve silencio y ya no noto sus yemas. Abro mis pupilas, le encuentro desnudandose.

Es un dios, la tiene más grande que Oliver, está más bueno que Oliver.

No debería pensar en él, pero es inevitable pase mucho a su lado.

Pero ya está muerto, le mataron, disfruta este momento. Hay que mirar el presente, nosotras si estamos vivas.

Sube hasta mi cuerpo, y aguanta su peso para no caer de golpe en mí. 

—¿Te han dicho alguna vez lo preciosa que eres, pequeña?—dice mirándome a los ojos.
 
—No, ni siquiera...—escupe en mi espalda.
 
—No pienses en tu ex, Jess, eso me ha dolido —dice con cierta seriedad.

—Yo lo siento, no quería...— me corta sus besos.

Lentamente, roza su polla en mi vagina, nuestras miradas quieren más. Quieren pasión y dispuestos a darnos ese placer, dejo que entre en mí. Bombea bruto y veroz.

Cuando los dos llegamos al clímax, juntos se retira de mí.

—¡Joder! Eso a estado muy bien, más que bien—dice agitado cuando cae al otro lado de la cama.

—¿Ya te has cansado? Por qué yo quiero más— casi le ruego.

—Pequeña pervertida, nunca me cansaría de ti— toca mis caderas suavemente.

Sin aguantar más, me subo a él, meto su pene en mi vagina, empalandome sola.
Cabalgo sobre su pelvis, buscando mi propio placer.

—Así, pequeña, sigue por favor—gruñe sujetandome de las caderas y apretandome hacia abajo.

Consigo que volvamos a correr nos juntos, mis piernas están llenas de semen. Huelo a sexo y me siento sudada y sigo excitada.

—Vete a duchar, te dejaré las píldoras anticonceptivas en la mesilla—dice cuando se levanta.
 
—¿A dónde vas?—pregunto con curiosidad.

—A mi casa, debo de trabajar.

—De acuerdo, supongo que pronto nos veremos—me meto en el baño asqueada.

 
El castigo mental, de saber que has echo las cosas mal, que no estás haciendo justicia. Y es verdad, estaba dando de lado a mi principal objetivo. Vengarme de los asesinos de Oliver.

 Vengarme de los asesinos de Oliver

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Pasión llena de venganza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora