XVII

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Gabriel estaba en un tormento. ¿Qué demonios había hecho?

Estaba agradecido de que el día ya estaba acabando y no tenía más clases. En un momento como este la iglesia debería haber sido su refugio y lugar de expiación pero Gabriel sintió que había hecho una enorme transgresión de su religión como para ir ahí.

Estaba enfadado. Enfadado consigo mismo, enfadado con sus votos, enfadado con el mundo. 

Él sabía que lo que había hecho se debía en parte a esto. Porque había sentido una enorme ira hacia un rival desconocido. El chico desconocido que Leonie había confesado tener sentimientos.

¡Rival! como si pudiera llamarse tal. No estaba en posición de rivalizar con nadie: él era un sacerdote, célibe, alejado desde hace mucho de ese campo.

Leonie le había hecho una pregunta, una simple pregunta. Seguramente no quería decir nada con eso. Solo era una línea de la obra.

Y él había respondido agarrándola, tirando de ella contra él. Lastimándola. ¿Le había hecho daño? La había sujetado tan fuerte que temió haberla magullado.

Sin embargo, la sensación de ella, el aroma de su cabello. El suave calor que provenía de ella cuando la colocó contra él. Él había querido más, más tiempo con ella. Estar aún más cerca suyo.

Gabriel nunca antes había entendido porqué un hombre podría intentar imponerse a una mujer. A pesar de que esto era algo que nunca podría hacer, dado a que tenía suficiente autocontrol para eso, él ahora entendía el impulso.

Ese deseo apasionante y devorador de poseer. De hacerlo suyo.

Apenas sabiendo qué hacer, él se dirigió al bosque detrás del colegio. Para dar un paseo y escapar. Aunque él sospechaba que necesitaría más de cuarenta días en el desierto para superar esto. Para quitarlo de su sistema.

Abrazarla solo lo había empeorado. Ahora su deseo de estar con ella era más fuerte que nunca.

Mientras caminaba por el bosque, absorbiendo sus aromas húmedos y salvajes, su silencio y paz, su mente se calmó. Su enfado se disipó gradualmente en arrepentimiento y tristeza.

La vergüenza no le abandonó ni tampoco la culpa. Pero se sintió cansado.

Él sabía que debería dimitir y probablemente entrar en reclusión. Alejarse lo máximo posible de este lugar y de esa chica.

Pero incluso mientras lo pensaba, él sabía que era demasiado débil. Por mucho que fuera un tormento estar cerca de ella, por mucho que verla cada día fuera una tortura, no podía alejarse.

Leonie se quedó de pie en el pasillo vacío. Ella apenas sabía lo que acababa de pasar. ¿Qué le había hecho decir esas terribles líneas a él, un sacerdote?

Se sintió terriblemente avergonzada y culpable. ¡Un sacerdote, un hombre sagrado! Un hombre que había hecho unos votos sagrados y ella lo había tentado a romperlos.

Ella quería huir. Quería disculparse. Quizás podría dejar el colegio y volver con su abuela, inventarse alguna excusa. ¿Escribirle una carta?

Ya no podía soportar la opresiva sensación que le causaba el pasillo. Se sentía cerrado, un lugar de pecado y oscuridad.

Ella salió y se sentó en uno de los bancos de piedra, su cabeza entre sus manos. Se sentía como si el peso del cielo estuviera sobre sus hombros.

Estaba tan cansada.

Sin embargo, cuando recordó cómo había sentido sus manos sobre ella: aún más exigentes que en su sueño, lo real que había sido su calor, lo fuertes que eran sus brazos, ella sintió una corriente de excitación y alegría.

Una diminuta, profundamente enterrada y malvada parte de ella quería más.

Ella también lo quería a él. Cuando le dijo que se quedara, estando enfadado con ella por su pobre actuación, también había preocupación en sus ojos. A él le importaba si ella tenía éxito o no. Quería que ella triunfara. Y no solo por el bien de reivindicar su decisión de elegirla o por el bien de la producción.

Era por ella.

A él parecía gustarle, ella, en las primeras clases y las audiciones, antes de que se volviera extraño y frío.

¿Quizás su confesión le había hecho pensar que ella era una ramera? ¿Quizás por eso había sido tentado por ella?

¿O era la obra? Esas palabras salvajes de Abigail y su lujuria prohibida por su amante casado resonando a través del tiempo.

La lujuria de Proctor por ella que lo había llevado a su muerte.

Leonie sintió un escalofrío. Hace unos cientos de años, ella bien podría haber sido condenada a muerte por lo que había hecho. Incluso ahora hay países en los que el simple hecho de haber sido sorprendida a solas con un hombre podría resultar en ser apedreada o encarcelada.

Era un fuego peligroso con el que estaba jugando. Debía hacer lo que pudiera para apagarlo.

Caer en la tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora