XXVI

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Remordimiento. Le golpeaba a Gabriel en el estómago con cada latido de su corazón. La culpa le pesaba tanto que apenas podía respirar.

Su cabeza estaba tratando de lidiar con un mix de emociones. Dolor y arrepentimiento por el incumplimiento de sus votos, su deber para con Dios debería haber sido más importante.

En lugar de eso, su mayor agonía era haber hecho daño y asustado a alguien que se había convertido en un ser querido para él. Alguien que le gustaba tanto como deseaba.

Gabriel apoyó su cabeza entre sus manos. Esperar el perdón de Leonie era demasiado pedir.

Solo entonces él se enfrentó a su mayor pecado: la violación a su deber sagrado. Él había pensado que siempre sería lo suficientemente fuerte para mantenerlo. Se había comprometido a ello. Con toda su fuerza física y mental, y su coraje había tratado de mantener esos votos.

Y ahora esto.

Además de esto, se enfrentó a otro dilema espiritual. Había cometido un grave pecado y se veía obligado a buscar penitencia. Como sacerdote, ¿Cómo podría consagrar la eucaristía, administrar y recibir la sagrada comunión, sin la absolución?

Sin embargo, se abstuvo de confesarse ante el padre Stephen. Quizás podría hacer una excursión y encontrar otra iglesia. Confesar en su lugar ante algún sacerdote anónimo.

Él sabía que era cobardía y odio hacia sí mismo.

Él se merecía que Leonie lo reportara con la madre Benedicta. Debería ser despedido y enviado de vuelta por donde vino. Expulsado también del sacerdocio.

Aún así él sentía que ella no haría eso.

Lo peor de todo es que él la extrañaba. Todavía la deseaba. Debería estar sintiendo una enorme tristeza por su fe y conducta pero la sentía por su ausencia.

El padre Stephen notó que el joven estaba sufriendo una crisis de fe. Gabriel se entregaba a sus tareas con una devoción inusual. Se pasaba casi todas sus horas libres en la capilla trabajando o rezando. Él ya no reía, estaba serio a todas horas del día.

Gabriel incluso había empezado a corregir los trabajos escolares en la oficina de la sacristía en lugar de en el presbiterio. El padre Stephen extrañaba su compañía por las tardes, cuando él leía mientras Gabriel trabajaba. Gabriel ya ni siquiera veía la televisión, pasaba todo momento libre en la capilla.

No era inesperado. Todos los sacerdotes luchaban con aspectos sobre su religión en algún momento de su vida. Todos los creyentes lo hacían. Era humano dudar y cuestionar, antes de que la reafirmación llegara.

"Estás trabajando hasta muy tarde en la oficina." le dijo el padre Stephen. Era su pequeña broma para referir a la capilla como su oficina.

"Me resulta más fácil concentrarme aquí." dijo Gabriel. Su tono educado pero cerrado. No ofreció más explicación o comentario.

Consciente de que Gabriel aún no quería confiar en él, el padre Stephen discretamente colocó algunos libros a su lado. Estos eran ejemplares que le habían ayudado, en la dirección espiritual, fe, duda. Él no sabía si Gabriel los leería pero estaban ahí por si los necesitaba.

Él le habría sugerido que se tomase un descanso y entrase en un retiro espiritual por algún tiempo, pero había dos obstáculos ahí. El primero que el joven no le había confiado nada, ni le había pedido que se fuera. El segundo era el trabajo de enseñanza de Gabriel: eso alteraría seriamente a las estudiantes si se tomara un tiempo libre prolongado.

El padre Stephen se preguntó si debería discutir el asunto con la madre Benedicta pero decidió no hacerlo. Si hubiera algún problema con Gabriel en clase, la directora se aseguraría de acercarse a él con sus preocupaciones. Dado que no lo había hecho, Stephen continuaría dando dando tiempo a Gabriel y rezando por él.

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El padre Gabriel debe odiarla y despreciarla. Ella se había arrojado sobre él, le había tentado hasta romper sus votos y luego le había rechazado. 

Había un nombre para lo que había hecho y no era para nada agradable.

¿En qué estabas pensando? se reprendió a sí misma. Él es un sacerdote, se merecía más respeto. Él le había mostrado su amistad y ella lo había arruinado todo.

Estaba frustrada consigo misma por entrar en pánico. Porque ella le deseaba más que a nada. Ella, con mucho gusto, habría perdido su virginidad con él. El ritmo simplemente había sido un poco rápido, el lugar inseguro. Su cabeza había estado más insegura que su cuerpo.

¿Qué iba a hacer? Leonie pensó en fingir estar mala una semana solo para intentar evitarle. Pero ella dudaba de su habilidad para engañar a la enfermera. Ella había oído suficientes historias sobre la enfermera viendo a través de los rostros blanqueados con polvos de talco y dolores de estómago falsos para saber que se necesitaría más que su capacidad de actuación para convencerla.

Podría huir, pero ¿a dónde? Causaría una enorme polémica si apareciera en la puerta de su abuela, y eso arruinaría totalmente sus planes para la universidad.

La única persona que ella quería era Gabriel. Su amabilidad e inteligencia. Su fuerza.

Y ella lo había perdido para siempre.

Leonie trató de ocultar su estado de ánimo a las demás. Su mejor "sonrisa resplandeciente" no era suficiente para ocultar su tristeza.

"A ti te pasa algo." dijo Mai.

"Malestar" le contestó Leonie.

Mai la miró inquisitivamente. "¿Tienes depresión? ¿SPM o algo?"

"Algo así. Lo siento si estoy siendo un lastre, pasará pronto."

El único momento en el que se sintió libre de todo fue en los ensayos, donde se adentraba en el rol de Abigail como nunca antes. Era la única manera en la que podía expresar su emoción. Su actuación se volvió brillante pero aterradora. Ella parecía realmente estar poseída, como Abigail había fingido estar.

Caer en la tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora